Tribunas

La blasfemia de Asia Bibi, cuestión de cafres

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

El Tribunal Supremo pakistaní ha pospuesto la resolución del caso de Asia Bibi al retirarse del tribunal uno de los jueces que lo componían. El abogado musulmán de la campesina cristiana, Saiful Malook, firme defensor de los Derechos Humanos, la igualdad de las minorías religiosas y la libertad religiosa, no ha podido ejercer su defensa. Quería demostrar que las pruebas eran insuficientes y las acusaciones infundadas. Asia Bibi, encarcelada desde 2009 por insultar a Mahoma, continúa, por ahora, sin saber si será absuelta o condenada. La cristiana pakistaní infringió el artículo 295 del Código Penal, que castiga con la pena de muerte a quien difame al santo mensajero Mahoma, durante una discusión con varias campesinas musulmanas. Defendió el valor redentor de la muerte de Cristo para ella y para toda la humanidad frente a lo que el Profeta del islam había hecho a lo largo de su vida por cada una de sus compañeras campesinas.

Para los musulmanes, blasfemar es mentir contra la verdad última que representa lo revelado por Dios. Aunque esta mentira tiene el efecto secundario de agravio o injuria contra Dios, básicamente, se entiende más que como un agravio, como la negación de las verdades religiosas reveladas, que incluyen las revelaciones hechas por el propio Dios en el Corán y las transmitidas por sus mensajeros. «Negar a Dios» en árabe se dice kafara y el que niega a Dios, el infiel, es un kâfir, palabra que en castellano dio cafre. Acostumbrados a escuchar en nuestras calles y a leer y a ver en nuestros medios de comunicación numerosas blasfemias contra Dios, Jesucristo, la Virgen o los santos, cuyos autores, a los que solo se les pide una disculpa, quedan impunes y pocas veces piden perdón, nos parece de cafres condenar a muerte a una persona por un hecho tan "intranscendente" como blasfemar.

La gravedad de la blasfemia de la cristiana pakistaní fue poner en duda la misión profética de Mahoma, fue algo más que un insulto procedente de una infiel. Nosotros, aunque agradeceríamos la disculpa pública de los cafres que blasfeman contra nuestra religión, estamos convencidos de que nuestra verdad se sostiene y se sostendrá sin necesidad de que el Estado les condene a muerte. La ley civil no tiene que confirmar nuestras verdades de fe para que sean válidas. Por el contrario, la fe del islam se sostiene en un sistema legal que rige la sociedad, que distingue lo lícito de lo ilícito y que castiga duramente al que lo transgrede. De hecho, la ley de la blasfemia pakistaní va dirigida a los propios musulmanes antes que a los infieles. ¿No será que la calidad de lo que se ofrece no se sostendría sin un sistema legal? La dureza del castigo atemoriza al hombre y le impide pecar. Dios conoce la conducta del hombre por sus acciones buenas o malas mientras que desconoce la intimidad de su corazón. Pecado sólo es lo que se ve y no lo es lo que no se ve.

Todos hemos sido cafres alguna vez. Seguimos a aquel que fue injustamente condenado por blasfemo y sabemos que, cuando le somos infieles, necesitamos su perdón por encima de la absolución de la ley civil. Sería una gran noticia que el abogado de Asia Bibi consiguiera su absolución apelando a los Derechos Humanos y a la libertad religiosa, sería señal de que los estados islámicos los respetan, aunque el islam seguiría sin comprender que la ley por sí sola no puede determinar si el hombre es fiel o infiel a Dios y no puede cambiar su corazón. Aquellos que pueden hablar con la campesina pakistaní dicen que se encuentra tranquila y confiada en la providencia divina. Solo pide que la sigamos sosteniendo con nuestras oraciones. Mientras se resuelve definitivamente su situación, aquí cuenta con la de una cafre más.