Tribunas

De la creación a la trascendencia

Ángel Cabrero

Dios creó todo de la nada. Esta afirmación  está recogida en uno de los últimos libros del Antiguo Testamento, el segundo de los Macabeos. Y en el Génesis leemos: “Llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la llamó noche. Y atardeció y amaneció: día primero”. El primer día de la Historia. Antes de ese día no había nada. Nada del Universo, ni de las personas humanas, ni siquiera un espacio vacío, porque ese espacio sería algo. La nada es nada. ¿Cómo pretenden los científicos estudiar la nada?

Esta verdad nos habla claramente de la trascendencia de Dios. La "coexistencia" de Dios y de la nada nos dice que Él está en otra dimensión. Era antes de que hubiera nada material, antes de que hubiera tiempo, si es que se puede hablar así, pues no existía el concepto de “antes”. Queda, pues, claro que Dios no es algo material, por lo tanto, no es algo que pueda ser tratado por la ciencia. Es imposible que los científicos, que estudian los procesos materiales y temporales, puedan llegar a nada de Dios, pues Dios está en otra dimensión, que llamamos espiritual, o sobrenatural –está por encima o fuera de lo natural-, o también trascendente.

Y en esta encrucijada entre la materia-tiempo creada por Dios y el espíritu, que es eterno, resulta que el Creador quiere hacer un ser personal, compuesto de alma espiritual y cuerpo material. Lo crea a su imagen y semejanza, y por lo tanto con capacidad de ser libre. Esta es la gran maravilla. Lo crea para que sea inmensamente feliz con Él, no para que se quede por ahí, sin sentido. Para dar gloria a Dios, que es la consecuencia de conocerle y de admirarle.

Dios creó a Adán y Eva, a partir de algo material –mejorándolo debidamente- para hacer el cuerpo, y a su imagen y semejanza para darle vida sobrenatural. A cada hombre y a cada mujer que es concebido les da el alma, su capacidad de conocer y amar, que son las facultades divinas. O sea que nos hace libres, no determinados por la materia. No hay ningún otro ser sobre la tierra que tenga esta perfección, y por eso entendemos que toda la creación –que es puramente material- está para beneficio del hombre, y podemos decir que un solo hombre es más digno que todo el universo material. Pero si prescindimos de la verdad de la creación, no hay razón de su dignidad

Ser libre no es solamente elegir si voy para la derecha o para la izquierda. Ser libre es tener capacidad de configurar mi vida respecto a un fin último, que es la compañía de Dios, la contemplación de Dios. Si el hombre no tuviera alma espiritual entonces no sería libre. Quedaría determinado necesariamente por la materia. Su fin vital, el sentido suyo, sería puramente material, y eso no puede satisfacer plenamente a nadie. No satisface ni el mucho dinero, ni la fama, ni el prestigio. Por eso el ateo se suicida. Por eso los filósofos modernistas no creen en la libertad, y por eso son tristes, vacíos, amargados, pesimistas. Igual que la mayoría de los escritores contemporáneos.

El científico evolucionista ateo es un pobre sin sentido, pues pudiendo elegir a Dios se empeña en elegir su ignorancia. Como él no puede demostrar a Dios, Dios no existe. Pero eso ya nos suena de algo, quieren ser como Dios. El científico se cree Dios cuando no es más que una criaturita muy limitada. Y como no puede aceptar lo que no ve, se queda al margen de la trascendencia. Al final lo que queda es siempre la soberbia.

Y como no tienen solución ninguna, pues sería absurda una evolución eterna, se revuelven contra los que nos sabemos libres –puesto que Jesucristo vino al mundo a restituir la libertad perdida por Adán y Eva-. Sabemos que podemos ser felices, aunque haya dificultades, pues tenemos claro nuestro fin trascendente en Dios. Se revuelven y ¡quieren prohibir que se hable de creación! Como no creen en la libertad, quieren imponernos su vaciedad, su decepción, su amargura. Sí, sí, está ocurriendo, quieren prohibir que se hable. Prohibido hablar. Prohibido hablar de algo sagrado, de algo que constituye la base de toda la religiosidad medianamente seria, a saber, del sentido de trascendencia.

De los cuatro primeros capítulos del Génesis, al final queda también una lección: lo importante es adorar a Dios, que nos ha dado todo, y por eso Caín y Abel ofrecen sacrificios. Y también comprendemos que la persecución religiosa viene de entonces: Caín mata a su hermano porque hacía bien las cosas. La soberbia le impide rectificar o aprender y entonces surge la violencia y la muerte.

Ratzinger, J., Creación y pecado, Eunsa 2005

Facchini, F., Y el hombre apareció sobre la tierra, Palabra 2007

 

Ángel Cabrero Ugarte