Hace poco más de cuarenta años fueron incorporados poemas de la literatura española al rezo de la Liturgia de las Horas. Fue en los años en que, al frente del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia, que entonces presidía el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, se encontraba el jesuita José María Martín Patino. Numerosos poetas fueron convocados en Alba de Tormes, junto al sepulcro de la gran escritora mística Santa Teresa de Jesús, para establecer un plan de trabajo. Con mayor o menor fortuna, clásicos y modernos ocupan las páginas del Breviario. Los hermanos Bernardo y Hortensio Velado Graña dedicaron horas de trabajo en la selección y composición de los nuevos himnos.

Las bellas artes –y la literatura, la poesía fundamentalmente, es una de ellas– expresan y acercan por caminos de belleza los grandes contenidos de la fe cristiana. Es también el caso de los versos dedicados al dogma de la Inmaculada Concepción y a la devoción que esta verdad cristiana suscita.

La actual edición española de la Liturgia de las Horas cuenta para esta solemnidad con cuatro himnos tomados de otros tantos autores clásicos. Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y virrey del Perú, escribió en el primer tercio del siglo XVII, los versos que comienzan: “Reina y Madre, Virgen pura…”. Del mismo siglo es Tomás de la Vega, autor de los versos (por cierto muy desfigurados y con variantes que incomprensiblemente se distancian del original) “De Adán el primer pecado…”. De Fray Pedro de Padilla son las redondillas que dicen “Ninguno del ser humano…”. Y, por último, encontramos en el Breviario los versos mediocres de un clérigo latinista del siglo XVI, el vallisoletano Luis Pérez, protonotario de Felipe II, uno de los glosadores de Jorge Manrique, que recurre una vez más a la estrofa manriqueña: “Un solo Dios Trino y Uno…”.

Pero, llegado este punto, hemos de apuntar se echan en falta poemas de calidad que podrían haber formado parte del rezo oficial de la Iglesia. Sin ánimo de ser exhaustivos, dejamos mencionados algunos siquiera de pasada, ya que la extensión de este escrito no permite incorporar las citas oportunas y significativas: el que comienza “¡Trasunto de cristal…” de Juan Ramón Jiménez; alguno de los tres sonetos en que Gerardo Diego canta A la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora; la décima llena de galanura y gracia poética que Antonio Álamo Salazar dedica a La Limpísima Concepción; algunas estrofas del largo poema Inmaculada de José María Gabriel y Galán; algunos versos del Salmo de las campanas en el Día de la Purísima de José María Pemán; alguno de los numerosos poemas sobre la Virgen María escritos por el religioso cordimariano Jesús Bermejo Jiménez, como, por ejemplo la preciosa décima “Cumbre de gozo, María…”; el poema Déjame llamarte Madre del redentorista leonés Miguel Combarros Miguélez; y alguno de los innumerables poemas, por ejemplo, el titulado Blanca, que el sacerdote y cantautor madrileño Gonzalo Mazarrasa Martín ha dedicado a la Virgen María.