Génesis 2, 18-24:
“Serán los dos una sola carne”
Salmo 127:
“Dichoso el que teme al Señor”
Hebreos 2, 8-11:
“El santificador y los santificados
tienen la misma condición”
San Marcos 10, 2-16:
“Lo que Dios unió, no lo separe el
hombre”Apenas se daban a conocer en días pasados las
indicaciones del Papa Francisco sobre la atención cuidadosa y
rápida a quienes crean tener razones para que su matrimonio
sea declarado nulo, pronto un gran número de personas han
buscado la oportunidad de “divorciarse por la Iglesia” con
esta nueva modalidad. Sin embargo eso no es lo que dijo el
Papa. Sí nos pide una atención misericordiosa a quienes han
sufrido el trauma de la separación matrimonial; sí nos insiste
en que acojamos pastoralmente a quienes están lastimados por
un fracaso y viven otra relación; sí pide se eviten trámites
engorrosos y caros a quienes tienen razones válidas para la
declaración de nulidad de sus matrimonios.
Pero nunca dijo el Papa que entremos en esta dinámica del
“usar y tirar” que lastima, hiere y destruye a las personas.
No propone el Papa divorcios eclesiásticos, sino
esclarecimiento pronto y atento de aquellos matrimonios que de
hecho son nulos. Gran preocupación manifiesta el Papa
Francisco por la estabilidad, santidad y cuidado de la familia
como lo expresó en el Encuentro de las Familias en Filadelfia:
“Vamos a proteger la familia”.
Este domingo es una oportunidad muy valiosa para
reflexionar sobre la situación de la pareja, sus diálogos, sus
anhelos, sus dificultades y sus sueños. Comencemos con la
pregunta de los fariseos que no espera una respuesta, sino que
busca un motivo de acusación, quieren poner a prueba a Jesús,
y qué mejor que hacerlo con una cuestión candente, tanto de
aquel tiempo como de ahora: el divorcio. Se basaba en una
prescripción de Deuteronomio (24, 1-4) que busca proteger a la
mujer y garantizarle una cierta libertad pero que con el
tiempo, en una sociedad machista, se había convertido en un
arma para los hombres y se les concedía el divorcio con suma
facilidad y denigraba a la mujer.
Las razones para despedirla eran ridículas: si la mujer
dejaba quemar la comida, si el hombre había encontrado otra
mujer más atractiva o bien razones aparentemente más fuertes
como el caso del adulterio de la mujer o la incompatibilidad
de caracteres. Hoy añadiríamos muchas razones más para los
divorcios que se cocinan al vapor, en unos cuantos días, que
dejan hombres y mujeres en angustiosa soledad y que provocan
gran desconcierto en los hijos. Las discusiones se centran en
si será mejor un ambiente de agresiones, de falta de respeto,
de desinterés mutuo, o bien una separación que aunque
dolorosa, a cada quien deja por su lado.
La respuesta de Jesús no pretende salvar el matrimonio
recurriendo a tecnicismos legales o condenando a quienes se
encuentran en tan difíciles situaciones. Jesús vuelve a
proponer el matrimonio como se presentaba en la aurora de la
creación. El proyecto divino respecto al matrimonio es un
proyecto de amor, de vida, de armonía, de luz y de unidad. El
encuentro del hombre y la mujer es el cara a cara de dos
sujetos de igual dignidad, cada uno “insuficiente”, pero que
se completa plenamente en el don de sí mismo, en la donación
recíproca para la alegría del otro.
El amor que realiza a la persona es indisoluble pero no en
la trampa de una obligación externa, sino en una especie de
necesidad interna. Por desgracia, en lugar del grito gozoso de
Adán: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne”,
como un canto inicial de apertura y encuentro, ahora le
presentan a Jesús la exigencia de “una acta de divorcio”, como
si esto pudiera sanar el corazón lastimado del ser que ya no
se quiere. La poesía espontánea de los orígenes se apaga para
dar lugar a las normas jurídicas; la gratuidad se transforma
en cálculo y egoísmo.
En la primera lectura, el Génesis nos hacía la afirmación:
“No es bueno que el hombre esté solo”, y nos
presentaba a Dios preocupado por hacerle “una ayuda
semejante a él”. Le había ofrecido las maravillas de su
jardín y toda la grandiosidad del universo pero el hombre
seguía solo y se descubría necesitado de alguien igual a él.
El hombre en soledad y separación no puede gozar de la propia
felicidad. Cuando Cristo da la respuesta a los fariseos
pretende reencontrar la unidad y la armonía perdida, el hombre
no debe separarse del proyecto divino. Jesús no presenta
argumentos legales sino busca ponerlo en una perspectiva más
profunda. No se trata de casuística, sino de razones del
corazón:
“Por la dureza del corazón…”. La dureza del corazón es la
que no permite abrirse a la pareja, la dureza del corazón es
la que obliga al otro a acomodarse a nuestros caprichos, la
dureza del corazón es la que lleva a hacer cálculos y ventajas
personales. Y se pone el mismo Jesús como ejemplo (segunda
lectura) y ofrece una solución a este problema: la Pasión de
Cristo, que es el camino para llegar a la gloria, nos recuerda
el precio de la fidelidad. Cuando hablamos de amor, al estilo
cristiano, no podemos quitarnos de la mente la imagen del
Crucificado que se ha entregado hasta el don total de Si
mismo.
Me gusta mucho esta actitud de Jesús: más que acusar y
condenar, busca retornar a los orígenes y al amor primero.
Quizás no hemos puesto mucha atención en la preparación y
cuidado del matrimonio. Muchas uniones se hacen al vapor, en
la adolescencia, por obligación o como escape de otros
problemas. Cuando se despierta del enamoramiento y se descubre
la realidad de la otra persona, lejos de buscar el encuentro y
la aceptación, se le desecha y abandona como trasto olvidado,
sin mirar sus sentimientos y sin afrontar las consecuencias.
Las razones se encuentran en la falta de preparación y en una
muy débil decisión de unidad y fidelidad.
Se ha cuestionado mucho la misericordia que el Papa
Francisco pide para las familias destrozadas, pero se nos
olvida que él insiste primeramente en poner bases firmes al
matrimonio. Retornar al primer amor y defenderlo con valentía,
confianza y oración. Y para quien ha sufrido la dolorosa
ruptura: comprensión y acompañamiento cercanos. Jesús tiene
para ellos palabras de amor y nunca los deja solos. Esperemos
que el ya muy próximo Sínodo sobre la familia nos dé nuevas
luces y encontremos caminos para sostener a los que están
vacilantes.
¿Cómo vivimos la unidad en la familia? ¿Hay diálogo en la
pareja? ¿Estamos dispuestos al perdón? ¿Buscamos retornar al
primer amor?
Padre Bueno, que has dejado
la imagen de tu amor en la unión del hombre y la mujer,
concédenos familias amorosas, fieles, alegres y misioneras.
Amén.