La beatificación de Flaviano Michele Melki, obispo siro-católico mártir, celebrada el pasado sábado en Hassina, Líbano, infunda “consolación, coraje y esperanza” a los cristianos de Medio Oriente y los de otras partes del mundo donde “también son perseguidos” según transmitió durante el ángelus de ayer el Papa Francisco.El pontífice, además, también rezó por los emigrantes muertos asfixiados en un camión que los transportaba de Hungría a Austria.
El obispo Melki fue encarcelado y decapitado en el año 1915
durante el genocidio realizado por los turcos contra los
armenios y los asirios. El eparca Michele Melki, había nacido en
Mardin (Turquía), en una familia ortodoxa. Luego se convirtió al
catolicismo y en el año 1912 fue nombrado obispo de Gazireh (hoy
Cizre en Turquía).
“En el contexto de una tremenda persecución contra los
cristianos,- explicó el Papa- él fue un incansable defensor
de los derechos de su pueblo, exhortando a todos a permanecer
firmes en la fe”.
“También hoy- dijo- en Medio Oriente y en otras partes del
mundo, los cristianos son perseguidos. La beatificación de este
Obispo mártir infunda en ellos consolación, coraje y esperanza”.
Deteniéndose después en silencio, agregó: “Hay muchos más
mártires ahora, que en los primeros siglos. (Esta
beatificación)…sea también de estímulo a los legisladores y
gobernantes para que en todas partes sea asegurada la libertad
religiosa; y a la comunidad internacional para que haga algo y
se ponga fin a la violencia y a los abusos”.
Inmediatamente después, el pontífice quiso recordar a “los
numerosos emigrantes” que “en los días pasados” perdieron la
vida “en sus terribles viajes”. Justamente hace dos días, dos
barcas naufragaron en las costas de Libia, con unos 500
emigrantes a bordo; otras naves de los traficantes llevaron
a Italia y a Grecia centenares de refugiados, pero también
decenas de víctimas murieron sofocadas, porque estaban
encerradas en las bodegas de las embarcaciones.
En particular- agregó- “me uno al cardenal Schönborn- que está
hoy aquí presente-, y a toda la Iglesia de Austria en la oración
por las setenta y un víctimas, entre las cuales había cuatro
niños, encontradas en un camión en la autopista Budapest- Viena.
Encomendamos a cada una de ellas a la misericordia de Dios; y a
Él pedimos que nos ayude a cooperar con eficacia para impedir
estos crímenes, que ofenden a la familia humana entera”.
Y a continuación el pontífice invitó a hacer una plegaria “en
silencio, por todos los emigrantes que sufren, y por aquellos
que han perdido la vida”.
Un poco antes, el Papa Francisco se detuvo para comentar el
Evangelio de este domingo (22°del año.ciclo B: Marcos,
7,1-8.14-15.21-23), sobre la hipocresía de los fariseos que
seguían “la tradición de los antiguos”, pero que no cumplían el
“mandamiento de Dios”.
“¡Pero atentos! Con estas palabras- explicó- Jesús quiere
ponernos en guardia también a nosotros, hoy, que en el
considerar que la observancia exterior de la ley sea suficiente
para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos,
también existe para nosotros el peligro de considerarnos en
orden o mejores que los otros por el mero hecho de observar las
reglas, las costumbres. De la misma manera, si no amamos al
prójimo, somos duros de corazón y orgullosos.
La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no
cambia el corazón y no se traduce en actitudes concretas:
abrirse al encuentro con Dios y a su Palabra, buscar la justicia
y la paz, socorrer a los pobres, a los débiles y a los
oprimidos”.
Hablando libremente, el pontífice expresó su dolor por el
escándalo que algunos cristianos provocan cuando “se dicen
buenos, aún más que los otros”, pero “olvidan la familia”, la
caridad hacia los otros.
“Continuando en su exhortación- continuó-, Jesús enfoca la
atención en un aspecto más profundo, y afirma: “No hay nada
fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro. Pero
las cosas que salen del hombre son las que lo hacen impuro” (v.
15). De este modo subraya el primado de la interioridad, del
“corazón”: no son las cosas exteriores las que nos hacen santos
o no santos, sino que es el corazón, que expresa nuestras
intenciones, nuestras elecciones y el deseo de hacer de hacer
todo por el amor de Dios.
Las actitudes exteriores son la consecuencia de cuanto hemos
decidido en el corazón. Pero no lo contrario: con las
actitudes exteriores, si no cambia el corazón, no podemos
llamarnos cristianos. La frontera entre el bien y el mal no pasa
por afuera de nosotros, sino más bien por dentro nuestro, en
nuestra conciencia”.
“Jesús decía: tu tesoro está donde está tu corazón”. ¿Dónde está
mi tesoro? ¿Es Jesús?… Por lo tanto, es el corazón el que debe
ser purificado, y convertirse. Sin un corazón purificado, no se
pueden tener manos realmente limpias, y labios que pronuncien
palabras sinceras de amor, de misericordia, de perdón. Pidamos
al Señor, que por la intercesión de la Virgen Santa, nos done un
corazón puro, libre de toda hipocresía, para que seamos
capaces de vivir según el espíritu de la ley y llegar a su fin,
que es el amor”.