1. «Pastor según el
corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia»[1]. Este es el
retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del
Portillo, pastor bueno, que, como Jesús, conoce y ama a sus
ovejas, conduce al redil las que se han perdido, venda las heridas
de las enfermas y ofrece la vida por ellas[2].
El nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para
ser después un diligente ministro de la Iglesia y proclamar en
todo el mundo la gloriosa riqueza de su misterio salvífico:
«Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos
a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos
a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente
con su fuerza, que actúa poderosamente en mí»[3]. Y este anuncio
de Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y,
al mismo tiempo, con una ejemplar alegría evangélica en las
dificultades. Por eso, la Liturgia le aplica hoy las palabras del
Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así
completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo,
en favor de su cuerpo que es la Iglesia»[4].
La serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una
característica de los Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas
–también aquellas más arduas como las persecuciones– no son sino
un himno a la alegría.
2. Son muchas las virtudes –como la fe, la esperanza y la
caridad– que el Beato Álvaro vivió de modo heroico. Practicó estos
hábitos virtuosos a la luz de las bienaventuranzas de la
mansedumbre, de la misericordia, de la pureza de corazón. Los
testimonios son unánimes. Además de destacar por la total sintonía
espiritual y apostólica con el santo Fundador, se distinguió
también como una figura de gran humanidad.
Los testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico
de carácter muy alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»;
«era cariñoso, sencillo, alegre, responsable, bueno…»[5].
Heredó de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial,
la delicadeza, la sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los
demás y la ponderación al juzgar. Era un auténtico caballero. No
era locuaz. Su formación como ingeniero le confirió rigor mental,
concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de los
problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.
3. Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual
excepcional, en la que destacaba la gracia de la unidad entre vida
interior y afán apostólico infatigable. El escritor Salvador
Bernal afirma que transformó en poesía la prosa humilde del
trabajo diario.
Era un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al
Magisterio del Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro
en Roma, solía recitar el Credo ante la tumba del Apóstol y una
Salve ante la imagen de Santa María, Mater Ecclesiae.
Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del
Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias
opiniones. La piedad eucarística, la devoción mariana y la
veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía
viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones
vocales. Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum
et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter
para tutum; así como la invocación mariana: Santa María, Esperanza
nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la Sabiduría.
4. Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A
los 21 (veintiún) años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco),
después de encontrar a San Josemaría Escrivá de Balaguer –que
entonces era un joven sacerdote de 33 (treinta y tres) años–,
respondió generosamente a la llamada del Señor a la santidad y al
apostolado.
Tenía un profundo sentido de comunión filial, afectiva y
efectiva con el Santo Padre. Acogía su magisterio con gratitud y
lo daba a conocer a todos los fieles del Opus Dei. En los últimos
años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado que le había
regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los
deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus
peticiones de oración y ayuno por la paz, por la unidad de los
cristianos, por la evangelización de Europa.
Destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y
las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de
los demás; la fortaleza para resistir las contrariedades físicas o
morales; la templanza, vivida como sobriedad, mortificación
interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de
Cristo –bonus odor Christi–[6], que es el aroma de la auténtica
santidad.
5. Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo
vivió de modo especialmente extraordinario, considerándola un
instrumento indispensable para la santidad y el apostolado: la
virtud de la humildad, que es imitación e identificación con
Cristo, manso y humilde de corazón[7]. Amaba la vida oculta de
Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular,
como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un
fiel de la Prelatura, que había visitado ese mismo lugar pero que
había subido a pie la Scala Santa, porque –así se lo comentó– se
consideraba un cristiano maduro y bien formado, el Beato Álvaro le
respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido de
rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la
multitud de personas y la escasa ventilación[8]. Fue una gran
lección de sencillez y de piedad.
Monseñor del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente
“contagiado” por el comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo,
que no vino a ser servido, sino a servir[9]. Por eso, rezaba y
meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro Te devote,
latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la
humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de
Cervantes, de las Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud
que lo sea»[10]. Y a menudo recitaba una jaculatoria frecuente
entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et humiliatum, Deus,
non despicies»[11]; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito
y humillado.
Para él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la
caridad[12]. Repetía un consejo que solía dar el Fundador del Opus
Dei, citando unas palabras de San José de Calasanz: «Si quieres
ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde;
si quieres ser muy santo, sé muy humilde»[13]. Tampoco olvidaba
que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén.
Incluso sus compañeros de estudios, además de destacar su
extraordinaria inteligencia, subrayan su sencillez, la inocencia
serena de quien no se considera mejor que los demás. Pensaba que
su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que era “la
humildad en persona”[14].
Su humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino
cariñosa, alegre. Su alegría derivaba de la convicción de su
escasa valía personal. A principios de 1994, el último año de su
vida en la tierra, en una reunión con sus hijas, dijo: «os lo digo
a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda la
vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de
humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a
aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está
costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos
seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y
es el que aplastará la cabeza de la serpiente»[15].
Para don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta
para entrar en la casa de la santidad», mientras que la soberbia
constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios. Decía: «la
humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las
personas presuntuosas, pagadas de sí mismas»[16]. La humildad es
el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de
nuestra dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad
lo expresó una mujer del Opus Dei, después del fallecimiento del
Fundador: «el que ha muerto ha sido don Álvaro, porque nuestro
Padre sigue vivo en su sucesor»[17].
Un cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la
Regla de San Benito o en los Ejercicios Espirituales de San
Ignacio de Loyola, le parecía contemplar un ideal altísimo, pero
inalcanzable para el ser humano. Pero cuando conoció y trató al
Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de modo
total.
6. Se pueden aplicar al Beato las palabras que el Cardenal
Ratzinger pronunció en 2002, con ocasión de la canonización del
Fundador del Opus Dei. Hablando de la virtud heroica, el entonces
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo:
«Virtud heroica no significa exactamente que uno ha llevado a cabo
grandes cosas por sí mismo, sino que en su vida aparecen
realidades que no ha hecho él, porque él se ha mostrado
transparente y disponible para que Dios actuara [...]. Esto es la
santidad»[18].
Este es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del
Portillo, «pastor según el corazón de Jesús, celoso ministro de la
Iglesia»[19]. Nos invita a ser santos como él, viviendo una
santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.
La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la
santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de
los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia.
Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad,
para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la
corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la
Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que
renueva la faz de la tierra.
Que María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos,
nos ayude y nos proteja.
Beato Álvaro del Portillo, ruega por nosotros.Amén.
[1]Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable
Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei,
27-IX-2014.
[2] Cfr. Ez 34, 11-16; Jn 10,11-16.
[3] Col 1, 28-29.
[4] Ibid., 24.
[5] Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010,
vol. I, p. 27.
[6] 2 Cor 2,15.
[7] Mt 11, 29.
[8] Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis,
2010, vol. I, p. 662.
[9]Mt 20, 28; Mc 10, 45.
[10] Miguel de Cervantes, Novelas Ejemplares: “El coloquio de
los perros”. Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama
sanctitatis, 2010, vol. I, p. 663.
[11]Sal 51 [50], 19.
[12]San Agustín, De sancta virginitate, 51.
[13]San Josemaría Escrivá, palabras recogidas en A. Vázquez de
Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Rialp, Madrid 1997, p.
18.
[14] Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010,
vol. I, p. 668.
[15]Ibid., p. 675.
[16]Ibid.
[17]Ibid., p. 705.
[18]Ibid., p. 908.
[19]Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable
Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei,
27-IX-2014.
*Nota: en las citas de los textos litúrgicos se ha seguido la
traducción oficial de la Conferencia Episcopal Española.