15.03.14

GRATIS DATE

Escribir de la Fundación GRATIS DATE es algo, además de muy personal muy relacionado con lo bueno que supone reconocer que hay hermanos en la fe que tienen de la misma un sentido que ya quisiéramos otros muchos.

No soy nada original si digo qué es GRATIS DATE porque cualquiera puede verlo en su página web (www.gratisdate.org). Sin embargo no siempre lo obvio puede ser dejado de lado por obvio sino que, por su bondad, hay que hacer explícito y generalizar su conocimiento.

Seguramente, todas las personas que lean estas cuatro letras que estoy juntando ya saben a qué me refiero pero como considero de especial importancia poner las cosas en su sitio y los puntos sobre todas las letras “i” que deben llevarlos, pues me permito decir lo que sigue.

Sin duda alguna GRATIS DATE es un regalo que Dios ha hecho al mundo católico y que, sirviéndose de algunas personas (tienen nombres y apellidos cada una de ellas) han hecho, hacen y, Dios mediante, harán posible que los creyentes en el Todopoderoso que nos consideramos miembros de la Iglesia católica podamos llevarnos a nuestros corazones muchas palabras sin las cuales no seríamos los mismos.

No quiero, tampoco, que se crean muy especiales las citadas personas porque, en su humildad y modestia a lo mejor no les gusta la coba excesiva o el poner el mérito que tienen sobre la mesa. Pero, ¡qué diantre!, un día es un día y ¡a cada uno lo suyo!

Por eso, el que esto escribe agradece mucho a José Rivera (+1991), José María Iraburu, Carmen Bellido y a los matrimonios Jaurrieta-Galdiano y Iraburu-Allegue que decidieran fundar GRATIS DATE como Fundación benéfica, privada, no lucrativa. Lo hicieron el 7 de junio de 1988 y, hasta ahora mismo, julio de 2013 han conseguido publicar una serie de títulos que son muy importantes para la formación del católico.

Como tal fundación, sin ánimo de lucro, difunden las obras de una forma original que consiste, sobre todo, en enviar a Hispanoamérica los ejemplares que, desde aquellas tierras se les piden y hacerlo de forma gratuita. Si, hasta 2011 habían sido 277.698 los ejemplares publicados es fácil pensar que a día de la fecha estén casi cerca de los 300.000. De tales ejemplares, un tanto por ciento muy alto (80% en 2011) eran enviados, como decimos, a Hispanoamérica.

De tal forman hacen efectivo aquel “gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8) y, también, “dad y se os dará” (Lc 6,38) pues, como es de imaginar no son contrarios a las donaciones que se puedan hacer a favor de la Fundación. Además, claro, se venden ejemplares a precios muy, pero que muy, económicos, a quien quiera comprarlos.

Es fácil pensar que la labor evangelizadora de la Fundación GRATIS DATE ha des estar siendo muy grande y que Dios pagará ampliamente la dedicación que desde la misma se hace a favor de tantos hermanos y hermanas en la fe.

Por tanto, esta serie va a estar dedicada a los libros que de la Fundación GD a los que no he hecho referencia en este blog. Esto lo digo porque ya he dedicado dos series a algunos de ellos como son, por ejemplo, al P. José María Iraburu y al P. Julio Alonso Ampuero. Y, como podrán imaginar, no voy a traer aquí el listado completo de los libros porque esto se haría interminable. Es más, es mejor ir descubriéndolos uno a uno, como Dios me dé a entender que debo tratarlos.

Espero, por otra parte, que las personas “afectadas” por mi labor no me guarden gran rencor por lo que sea capaz de hacer…

 

Historia de San Pascual Bailón

Historia de San Pascual Bailón, por FR. Ignacio Beaufays, O.F.M

En el capítulo 7 de este libro, dedicado, en concreto, a la vida religiosa de San Pascual Bailón dice el autor del libro esto que sigue acerca de su ser físico:

“Fray Pascual era de mediana estatura, de buena presencia y de rostro gracioso y amable, aunque no expansivo.

Tenía en su frente algunas arrugas y un principio de calvicie. Sus ojos azules, pequeños, brillantes, estaban protegidos por pestañas y cejas negras. La nariz y la boca eran regulares. Se veía bajo sus labios y de derecha a izquierda, una cicatriz que le daba la apariencia de estar siempre sonriendo. Completaban su fisonomía su color moreno, su bar­ba rala y sus pómulos salientes.”

Eso, desde el punto de vista físico pero, espiritualmente, ¿cómo era aquel hombre piadoso y fiel a Dios?

Todo lo que digamos a cerca del sentido espiritual que, a lo largo de su vida, mostró aquel pastor que quería acercarse a Dios siempre que podía, será poco.

Y dice mucho la siguiente frase dicha por el santo que acabara sus días mortales en Villarreal (Castellón, España):

“Debemos tener para con Dios corazón de hijo; para con el prójimo, de madre; para con nosotros mismos, de juez”.

Y, en efecto, así fue a lo largo de su vida que empezó un 16 de mayo del año 1540 y llegará hasta un 17 de mayo de 1592. Vemos, por tanto, que no vivió demasiados años terrestres. Sin embargo, la profundidad espiritual de su vida humilde ha dejado mucho para la humanidad de aquel recién nacido que, por haber venido al mundo el día de Pentecostés y llamarse en España, al mismo, “Pascua florida”, recibió (tal era la costumbre entonces) de Pascual.

Desde bien pequeño aquel niño da muestras de piedad religiosa pues “sus entretenimientos infantiles los constituyen piadosas imágenes, más bien que los juegos bulliciosos de su tierna infancia” (p. 9). Su madre, Isabel Jubera, decía a que pusiera atención quien aquello viera acerca de “lo bien que hace mi pequeñuelo la señal de la cruz y la devoción con que recita sus oraciones” (p. 9) lo cual, por otra parte, no era de extrañar pues tenía en su propia madre (piadosa) un gran ejemplo a seguir.

Y, en abundancia de esto mismo, traemos aquí una anécdota que cuenta un primo suyo. Dice lo que sigue (p. 9):

“Mis padres, que eran muy devotos de San Francis­co de Asís, me habían consagrado a él. Siendo yo como de ocho años de edad, ostentaba ya sobre mi cuerpo el hábito, la capilla y el cordón franciscano. Era un fraile en miniatura.

‘En ocasión en que me hallaba postrado por la enfermedad en el lecho del dolor, vino a visitarme mi pequeño primo Pascual.

‘No bien éste penetró en la habitación vio sobre una silla la religiosa librea, corrió a cogerla y se la puso en un abrir y cerrar de ojos. Una vez vestido, nuestro improvisado fraile principió a contemplarse a sí propio con admiración y a parodiar todas las acciones y actitudes de los reverendos Padres.

‘Llegó, luego, el momento de despojarse de su nueva vestimenta. Entonces asaltóle una inmensa tristeza, prorrumpió en lágrimas y gemidos, y opuso una resistencia desesperada… Fue preciso que Isa­bel interviniese en el litigio. El niño se sometió a la voz de su madre, y llorando como un sin ventura y sollozando amargamente fue dejando una a una todas las piezas de su uniforme, no sin dirigirles antes una mirada llena de lágrimas y de una santa envidia.

–No importa, exclamó al fin Pascual, cuando yo sea grande me haré Religioso. Quiero vestir el há­bito de Francisco.”

Por eso cuando su hermana Juanavio que, en efecto, eso era lo que hizo no pudo, por menos que exclamar que Pascual su ahijado (había sido ella madrina de su bautizo) “se ha portado como hombre de palabra. ¡Ah!, ¡cuán orgullosa estoy de ello!” (p. 9)

Pero, antes de tal momento, aquel niño que, con siete años, empieza su trabajo de pastor con los rebaños de su familia. Así lo hace y, teniendo en cuenta la forma de ser de muchos de sus compañeros pastores (rudos y malhablados) que pronto comienzan a meterse con aquel niño que no gustaba de sus soeces juegos y formas poco dadas a la piedad religiosa.

Por eso se da cuenta de que necesita instruirse.

Es curioso, sin embargo, la finalidad que expresa el niño para justificar la necesidad de formación. Tiene mucho que ver con la fe. Y es que pensaba que si pudiera leer (p. 11) “podría rezar el Oficio de la Santísima Virgen y entregarme a la lectura de bellas historias”.

Vemos, pues, que desde aquellos tiernos años ya Dios había hecho brotar de su corazón una devoción que luego le llevaría, por el mundo y por su vida, a ser como fue.

Pero Pascual no puede permanecer en aquella vida donde sus compañeros son tan poco piadosos (a excepción de algunos que sí lo son) y se marcha a Murcia a casa de su hermana Juana, que allí vive. Trabaja de pastor, su profesión antes de entrar a la vida religiosa. Destaca, también allí, por su ser piadoro y bondadoso que socorre a los pobres y a todos aquellos que están afligidos por algún tipo de dolencia bien física, bien espiritual. Así, por ejemplo, decía “Pobre hermano mío; vamos, animate. Ten valor y paciencia, vence sin desmayos esta prueba, que la Virgen Santísima no dejará de venir en nuestra ayuda” (p. 18).

No era, pues, “extraño que todos le considerasen como un ángel de Dios “(p. 18) pues no olvidemos que el siglo de Pascual (XVI) fue rico en cristianos devotos y llenos de piedad (Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Pedro de Alcántara, etc.) y el ánimo general “tendía a la conquista de la perfección cristiana” (p. 18) y aquello, por decirlo así, era el campo predilecto de aquel joven que aspiraba a vestir el hábito de San Francisco de Asís.

Pues bien, en aquella tierra murciana surgieron intenciones de construir un convento para los franciscanos. Y Pedro de Alcántara, una vez conoció tal intención envío a varios discípulos suyos para que echaran una mano en tal voluntad, expresada por el pueblo entero, deseoso de que los religiosos fijaran allí su redencia y poder, como dice Fr. Ignacio Beaufays, O.F.M. “sostener el culto” (p. 18).

Y así lo hicieron. Quedó, pues, fundado un convento franciscano que fue, por decirlo pronto, el clavo al que se agarró el joven Pascual para entrar en la vida religiosa. Pronto llamaría a las puertas de aquel convento de Loreto.

Así, “el 2 de febrero de 1564, fiesta de la Purificación de María, recibe nuestro Santo el hábito religioso, y con él el nombre de Fray Pascual” (p. 20).

Desde siempre, aquel joven piadoso se había considerado de la forma más humilde y no era amigo de desprendimientos económicos para sí mismo. Pobre le gustaba considerarse, fiel discípulo de San Francisco y, por eso mismo, mucho agradeció las normas que estableció San Pedro de Alcántara par la vida de sus discípulos en aquel convento.

Y es que, como dice el autor del libro (p. 21)

“Por lo demás, ¿no eran para él menos severas la mayor parte de estas leyes que las que él a sí mismo se había impuesto y que había cumplido durante muchos años? ¿Qué tenía de extraordinario para nuestro Santo andar descalzo, dormir sobre el duro suelo y ayunar y disciplinarse con frecuencia?

Y además, ¿cómo no sentirse dichoso con la pose­sión de esa estricta pobreza, que no admite más que lo necesario, y con esa dependencia inmediata de los bienhechores y del síndico, es decir, de la persona secular encargada de disponer de las limosnas hechas a los religiosos? ¡Ah! ¡Ésta era, sin duda alguna, la vida religiosa con que Pascual había soñado!”

Todo, pues, a su gusto. Pero, claro está, gusto de un santo…

¿Qué vida lleva allí el santo Pascual?

Pues nos lo dice muy bien Juan Ximénez que reúne, en su misma persona, haber sido novicio, amigo y superior de San Pascual Bailón. Y es que

“Él pasaba todo el tiempo posible en adoración ante el Santísimo Sacramento. Al pie del tabernáculo se le hallaba desde des­pués de maitines hasta la hora de las Misas: ¡estaba armándose para la jornada! Al pie del tabernáculo se le sorprendía al anochecer: ¡estaba descansando de sus fatigas!…”

¿Y luego?

Nos dice el autor de este libro que

“Pascual vive en Loreto hasta 1573, y al final de este período pasa algún tiempo en Elche y Villena. Hacia 1573 es destinado a Valencia, donde se estaba fundando un convento. Los cinco años siguientes los pasa yendo de un convento a otro: Villena, Elche, Jumilla, Ayora, Va­lencia y Játiva. Y por último, en 1589, es destinado a Villarreal, en donde permanece hasta su muerte, en 1592.”

La vida que lleva aquel religioso franciscano que subiría a los altares tiene mucho que ver con el espíritu del fundador que, siglos atrás, descubriera que la pobreza evangélica era una excelsa manera de vida y la llevada a cabo hasta sus últimas consecuencias. Pide limosna de casa en casa y, por muchos viajes que hiciera (descalzo) nunca ponía pegas. Es más, ayudaba a llevar la carga de sus compañeros de viaje pues “se ingeniaba de maravilla para aliviar a su compañero lo más posible de las molestias del viaje, rodeándolo d etoda clase de cuidados y tomando sobre sí la más pesada labor y el peor trabajo” (p. 27).

Así era Pascual.

No vayamos a creer que la vida de Pascual, por ser como era, estaba exenta de agravios. Es más, en más de una ocasión tuvo que sufrir y soportar las acometidas de algunos de sus compañeros que, en ciertas ocasiones, se ensañaban con él de una forma poco misericordiosa.

Sin embargo, es de imaginar cómo se comportaba nuestro Santo. Bien lo dice Fr. Ignacio Beaufays, O.F.M cuando escribe que

“Con todo, Pascual nunca se daba por agraviado, y correspondía siempre a todos los desprecios con inequívocas muestras de cariño. En estos casos, alega uno de los testigos, tenía presentes las virtudes que adornaban a sus perseguidores, yu con ellos hacía unb manto en el que ocultaba todos sus defectos. Así como las medallas brillan tanto más cuanto más se frotan, así logra Pascual adquirir un nuevo lustre por medio de la persecución y del sufrimiento”

(p. 32)

Como hemos visto hasta ahora aquel religioso de fe tan demostrada debía estar adornado de muchos dones pues sólo así se comprende que fuera como era. En efecto (p. 50),

“era sabido, por los elogios que se le prodigaban, que Pascual gozaba del don de oración y de la inti­midad con Dios, y que estaba adornado con luz de conocimientos sobrenaturales. El P. Adán, antiguo profesor de la Provincia y definidor, esto es, consejero del Provincial, le propuso a Pascual cuestiones dificilísi­mas sobre ciertos textos obs­curos de la Biblia. A todas ellas había respondido el Santo con maravillosa lucidez de espíritu. De aquí el que se le tuviese como adornado con el don de ciencia infusa. De este modo, lo que hasta entonces era una sospecha, no tar­dó en verse confirmado por la realidad.”

Y es en Villarreal, en la fértil provincia de Castellón (España), lugar de su último destino en la tierra, donde Pascual culmina con una vida llena de fe y de piedad. Así (p. 54),

“Unido así Pascual a Jesucristo, participa al pro­pio tiempo de su acción bienhechora; y hace, como El, milagros, ya sanando los cuerpos, ya convir­tiendo las almas. Los últimos años de su vida vienen a resumirse en esta sola frase: Pascual es el bienhechor y após­tol de Villarreal.

Los necesitados acuden siempre a él. Cuando ellos no vienen, el Santo va en su busca. Asedian los po­bres el convento demandando pan, y el Siervo de Dios se lo reparte con largueza.”

Poco a poco Pascual se da cuenta de que su vida en esta tierra llega a su fin y quiere prepararse a conciencia para el momento en el que sea llamado a la Casa del Padre. Así sus últimas voluntades expresadas en el lecho de muerte hacen afirmar, a cuantos lo escuchan, que, en efecto, aquel religioso de espíritu pobre es un verdadero santo. Al fin solicita (p. 60)

“le sean adminis­trados los últimos Sacramentos. Con una humildad que hizo llorar a todos los presentes, les pidió entonces perdón por la poco edificante conducta que había observado en la Orden y por los escándalos que les había dado… Después, se reconcentró en sí mismo y se dispuso para recibir a Dios en su corazón.”

Aún vivió San Pascual para poder ver llegar el domingo de Pentecostés, el día siguiente de haberle administrado los citados Sacramentos. El autor de este libro lo escribe de esta manera que mueve a gozo y alegría espiritual:

“Llegó la mañana del domingo. Pascual señaló con la mano su hábito y murmuró:

–Ayudadme… por caridad, ayudadme.

Pero los religiosos, creyéndole a punto de expirar y temiendo se les quedara muerto entre las manos, hacían como que no le entendían. Con todo, Pascual insistía de continuo, mirándoles con ojos suplicantes, y los religiosos se retiraban, turbados por una emoción que les partía el alma.

Pascual mira a su alrededor… y se ve solo. Reúne entonces, en un supremo esfuerzo, las pocas fuerzas que le quedaban y logra coger su pobre tú­nica… Pero al querer pasarla por la cabeza para vestirla, nota que no tiene energías bastantes pa­ra ello. Llega entonces el enfermero y le ayuda con toda clase de cuidados a cubrirse con su tan amado sayal…
Cuando volvieron de nuevo los religiosos, se lamentó el Santo con voz apenas audible:

–Jesús murió sobre la cruz… San Francisco sobre la desnuda tie­rra… ¡Tendedme también a mí por tierra!… ¡Oh, ha­cedlo, por piedad! …
Le es negado este consuelo.

–¡Jesús! ¡Jesús! grita luego de improviso, esfor­zándose por hacer la señal de la cruz… Allí, allí…

Y señala con la mano y con la vista, primero el pie de la cama, luego toda la habitación… Sus ojos desmesuradamente abiertos parecían contemplar una visión terrorífica… Su cuerpo temblaba como hoja sacudida por el viento:

–¡El agua bendita! ¡Rociad con agua bendita… la habitación! ¡Rociadlo todo!

Fue éste un momento aterrador de angustia. Los presentes estaban espantados, porque entendían que sufría Pascual un formidable asalto… Fue, sí, un momento, pero un momento que les pareció un siglo. Luego renació de nuevo la serenidad y la calma.

–¿Han tocado a la Misa conventual? interrogó el Santo con apagado acento.

–No todavía, le respondieron.

Y un poco después:

–¿Y ahora?

–Sí, acaban de tocar, dijo el enfermero.

Al oír estas palabras, expresa su rostro de mo­ribundo un gran gozo, y estrecha contra su corazón el crucifijo y el rosario. El movimiento de sus labios muestra que es­tá orando…

La campana de la iglesia anuncia, por fin, el mo­mento de la elevación. Pascual deja entonces esca­par de sus labios, con su sonrisa última, las pala­bras: «Jesús, Jesús». Y su cabeza se inclina exánime sobre el pecho…

Moría nuestro Santo el domingo de Pentecostés, 17 de mayo de 1592, a eso de las diez y media de la mañana. Pascual contaba a la sa­zón cincuenta y dos años de edad, veintiocho de los cuales constituyen el círculo de su vida religiosa”.

Este libro, ya al final del mismo, contiene una Nota de la Fundación GRATIS DATE acerca del sepulcro de San Pascual. Dice lo siguiente( pp. 73-74):

“Los Religiosos Descalzos, Franciscanos reformados por San Pedro de Alcántara, de ahí llamados también alcantarinos, llegaron a Villarreal en 1577 con el fin de fundar un convento. De la ermita de Nuestra Señora de Gracia, donde moraban, se trasladaron en 1578 a la ermita de Nuestra Señora del Rosario, extramuros, donde se construyó el convento alcantarino. En él vivió sus últimos años fray Pascual Bailón.
Tras la santa muerte de fray Pascual y su beatificación, se dedicó en 1680 al Sepulcro que guardaba su cuerpo incorrupto una hermosa capilla, que el rey Carlos II, al año siguiente, hizo del Patronato Real.
A raíz de la exclaustración de 1835, los alcantarinos tuvieron que abandonar el convento. En 1836 lo ocuparon las religiosas Clarisas, procedentes de su monasterio de Castellón. Estas monjas de vida contemplativa siguen hoy custodiando el Sepulcro y velando el Santísimo Sacramento, expuesto permanentemente en el altar mayor del Santuario.
En 1899, habiendo sido San Pascual declarado Patrono universal de las Asociaciones eucarísticas, una peregrinación nacional, presidida por el Rey, acudió a venerar sus sagrados restos.

Al inicio de la Guerra Civil, en 1936, fue profanado el Sepulcro e incendiados y destruidos la Capilla Real, el Templo primitivo y el cuerpo incorrupto de San Pascual. En 1942 se inició la reconstrucción del Templo Votivo Eucarístico Internacional de San Pascual, erigido junto a los restos del antiguo Monasterio con la idea de restituir la Real Capilla y el Sepulcro, para que allí pudieran venerarse los restos recuperados del Santo, el cráneo y parte de sus huesos. El Templo fue consagrado en 1974.

El 17 de mayo de 1992, IV centenario de la muerte de San Pascual, el Rey don Juan Carlos inauguró la Real Capilla y presidió el traslado de los restos del Santo a su nuevo Sepulcro. Los escudos de Carlos II y Juan Carlos I, en la predela, simbolizan el Patronato Real.

En el centro de la Capilla destaca un sarcófago, de granito oscuro, sobre el que descansa la imagen yacente de San Pascual, de plata, inspirada en su cuerpo incorrupto. Detrás se halla la celda donde murió. Un retablo de 14 metros de altura contiene cincuenta figuras, esculpidas en alto relieve, que representan escenas y personajes relacionados con San Pascual y la Eucaristía.

Debajo, en el altar, está el Cartapacio, manuscrito del Santo. Enfrente del retablo, un bajorrelieve eucarístico de bronce sobredorado, adorna el trasagrario. Los espacios laterales, en forma de ábside semicircular, se ornamentan con otros seis relieves, a modo de friso, que narran detalles de la vida y prodigios de San Pascual.

En la planta baja de la Real Capilla se conserva el Pozo de San Pascual, Pouet del Sant, cuyas aguas son muy apreciadas por los fieles devotos.
En 1997, primer centenario del nombramiento de San Pascual como Patrono de todos las Asociaciones eucarísticas, se llevaron a cabo diversas iniciativas. En septiembre, se celebró en Villarreal el Congreso Eucarístico Nacional de España. Y a los lados de la basílica de San Pascual se elevaron dos campanarios gemelos de unos 50 metros de altura, en donde quedó instalada la campana de volteo mayor del mundo y también el carillón más grande de España. Estas obras se han llevado a cabo en su mayoría por aportaciones populares.”

No podemos olvidar que San Pascual Bailón es Patrono de las Asociaciones Eucarísticas como declaró el Papa León XIII en el Documento Pontificio que nombra al Santo como tal. Dice lo siguiente (pp. 74-76)

Para perpetua memoria

La Providencia de Dios (Providentissimus Deus) excelsa, que dispone las cosas de un modo a la vez fuerte y suave, atendió a su Iglesia de manera tan particular que, precisamente cuando las circunstancias se muestran menos favorables, le ofrece motivos de consuelo suscitados de la misma dureza de los tiempos.

Esto, que se ha visto con frecuencia en otras edades, puede apreciarse sobre todo en las actuales circunstancias de la sociedad religiosa y civil, en las que, levantándose los enemigos de la tranquilidad pública con creciente insolencia, y procurando con ataques diarios y fortísimos destruir la fe de Cristo y aún toda la sociedad, quiso la Bondad divina oponer a estas perturbaciones los preclaros trabajos de la piedad cristiana.

Lo cual ciertamente manifiestan la devoción al Sagrado Corazón, difundida por todas partes, el celo que en todo el mundo se despliega en acrecentar el culto de la Virgen María, los honores que se concedieron al ínclito Esposo de la misma Madre de Dios, y las sociedades católicas de varias clases fundadas para la defensa incondicional de la fe y para otras muchas finalidades, que promueven la gloria de Dios y fomentan la caridad, ya ejercitándolas, o bien implantándoles donde no existen.

Mas si bien todo esto impresione gratísimamente Nuestro ánimo, creemos, sin embargo, que el compendio de todas las bondades del Señor está en el aumento de la devoción entre los fieles hacia el Sacramento de la Eucaristía, después de los Congresos grandiosos habidos por esta época sobre este asunto. Porque nada juzgamos más eficaz, según ya en otras ocasiones hemos declarado, para estimular los ánimos de los católicos, ya a la confesión valerosa de la fe, ya a la práctica de las virtudes dignas del cristiano, como el fomentar e ilustrar la devoción del pueblo en orden a aquella inefable prenda de amor que es vínculo de paz y de unidad.

Siendo, pues, digno este importantísimo asunto de nuestras mayores atenciones, así como frecuentemente hemos alabado los Congresos Eucarísticos, así ahora, estimulados por la esperanza de más abundantes frutos, hemos determinado asignar a aquellos un Patrono celestial de entre los bienaventurados que con más vehemente afecto se abrasaron en el amor hacia el santísimo Cuerpo de Cristo.

Ahora bien, entre aquellos cuyo piadoso afecto hacia tan excelso misterio de fe se manifestó más encendido, ocupa un lugar preeminente San Pascual Bailón. Quien poseyendo un espíritu grandemente inclinado a las cosas celestiales, habiéndose ocupado con vida purísima durante su adolescencia en el pastoreo de rebaños, y abrazado un género de vida más austero en la Orden de Menores de la más estrecha Observancia, mereció en la contemplación del sagrado banquete recibir tal ciencia que, siendo rudo y sin estudio alguno, pudo responder a cuestiones dificilísimas sobre la fe y aun escribir libros piadosos. Además, entre los herejes sufrió muchas y graves persecuciones, y émulo del mártir Tarsicio, vióse expuesto frecuentemente a dar su vida por confesar pública y manifiestamente la verdad de la Eucaristía. El amor a ésta parece haberlo conservado aún después de muerto, toda vez que tendido en el féretro dícese haber abierto los ojos por dos veces a la doble elevación de las sagradas especies.

Es, pues, manifiesto que no puede asignarse otro Patrono mejor que él a los Congresos católicos de que hablamos. Por lo cual, así como hemos encomendado a Santo Tomás de Aquino la juventud estudiosa, a San Vicente de Paul las asociaciones de caridad, a San Camilo de Lelis y a San Juan de Dios los enfermos y cuantos se consagran a su auxilio, por igual razón, como cosa excelente y gozosa y que redunda en bien de la cristiandad, en virtud de las presentes, con nuestra suprema autoridad,
declaramos y constituimos a San Pascual Bailón peculiar Patrono celestial de los Congresos Eucarísticos, así como también de todas las Asociaciones Eucarísticas existentes o que en lo sucesivo se instituyan.
Y esperamos confiadamente como fruto de los ejemplos y del patrocinio del mismo Santo, que muchos cristianos consagren cada día su espíritu, sus decisiones y su amor a Cristo Salvador, principio sumo y santísimo de toda salud.

Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 28 de noviembre de 1897, año vigésimo de Nuestro Pontificado.”

Es, por cierto, este libro, por si no se había notado esto lo decimos, una verdadera delicia por ser deliciosa la vida espiritual de aquel santo que, desde niño sabía que quería ser lo que fue. Ni más ni menos. Y lo fue. Una verdadera delicia, un bocado espiritual de Dios puesto como ejemplo para que su descendencia lo ingiera y goce con él. Recomemos, vivamente, su lectura a aquellos que no lo hayan llevado a su corazón.

Eleuterio Fernández Guzmán