17.09.13

Toledo, ciudad martirial

A las 11:43 AM, por Santiago Mata
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Después de Madrid, Paracuellos, Barcelona, Barbastro, Montcada i Reixac, y Paterna, Toledo es la siguiente localidad con mayor número de mártires beatificados: 32.


De 12 nuevos beatos, 11 fusilados en la Puerta del Cambrón

Los primeros beatificados fueron el rector del seminario, José Sala Picó, que lo fue el 1 de octubre de 1995 junto con el director del Instituto de Sacerdotes Operarios Diocesanos, Pedro Ruiz de los Paños y Ángel (en la foto). Ambos habían sido asesinados el 23 de julio de 1936 en el toledano Paseo del Tránsito. En el mismo lugar murieron tres de los 18 que fueron beatificados el 28 de octubre de 2008: el chantre Joaquín de la Madrid Arespacochaga (asesinado el 27 de julio), el capellán de la capilla mozárabe Ricardo Pla Espí (muerto el día 30) y el beneficiado de la catedral Justino Alarcón Vera (asesinado el 1 de agosto). Los otros de 2007 eran 13 carmelitas descalzos asesinados en distintas calles de la ciudad los días 22 y 31 de julio, otro carmelita, Gregorio Sánchez Sancho (padre Tirso de Jesús María), fusilado el 7 de septiembre previa condena por un tribunal, y el deán de la catedral, José Polo Benito, fusilado en la Puerta del Cambrón el 23 de agosto.


De los 12 nuevos beatos, los 11 maristas eran víctimas del mismo fusilamiento (uno de ellos al día siguiente, por no haberse percatado antes de que era religioso y no un simple cocinero). El último beato es el sacerdote operario Miguel Amaro Rodríguez, asesinado el Toledo el 2 de agosto. Puesto que Jorge López Teulón acaba de dedicar un amplio serial al episodio de la Puerta del Cambrón, me fijaré aquí en otro de los beatos toledanos.


El “padre de los huérfanos”

Joaquín de la Madrid Arespacochaga, de 75 años, era conocido como el “padre de los huérfanos”, por el colegio que fundó para ellos. Uno de los que allí vivieron aportó los siguientes datos, publicados por Jorge L. Teulón. Ingresó tardíamente -con 19 años- en el seminario de Murcia, y allí fundó ya en 1880 un asilo para niñas tras una grave inundación. Por traslado de su familia, marcha a Toledo, donde es ordenado sacerdote en 1886. Allí funda un colegio para huérfanos, llamado de la Inmaculada Concepción, en un cigarral al otro lado del Tajo, pasando por el Puente de San Martín. Más tarde, lo trasladó a la calle San Miguel, 9. Por sus dotes de predicación, a pesar de no contar con doctorados, en 1911 fue nombrado Capellán de Reyes en la Catedral y posteriormente Chantre. Los colegiales resaltan su amor a la Virgen, a la Eucaristía y a sus huérfanos, hasta el punto de que se decía: “a don Joaquín puede usted pisotearle, escarnecerle, pero si toca a uno de sus huérfanos, se pondrá como un león”. Solía decir a quienes los atacaran: “¿Solo porque no tengan padres que les defiendan? Pues me tienen a mí que soy su padre”.

El huérfano y sacerdote citado -que firma su relato en Puebla de Alcocer, el 23 de mayo de 1963-, concreta: “Su amor era más que maternal, con todos los detalles del amor de una madre. En pleno invierno se levantaba de su lecho (a pesar de su enfermedad) y recorría el dormitorio de los niños y si alguno daba muestras de tener frío, él mismo le arropaba, y si era preciso, se quedaba él sin mantas en su lecho para arropar al que lo necesitaba. Aún en los más pequeños detalles, era exquisito: nos compraba juguetes en las ferias de Toledo y en las Navidades nos obsequiaba con dulces, pensando que lo mismo habrían hecho nuestras madres si viviesen. Su vida era pobre en tal extremo, que no quería tener más que una sotana y si era preciso remendarla, lo hacía con el fin de emplear el dinero que pudiese costar otra en beneficio de los niños. Para que nos hiciésemos la idea de que no estábamos solos en el mundo, nos reunía al finalizar el día, antes de acostarnos, para despedirnos como las madres hacen con sus pequeñuelos”.

Se cuentan de Joaquín de la Madrid fenómenos taumatúrgicos, y desde 1928 se experimentó que la sangre que le extraían los médicos no se corrompía. También se le supone la capacidad de prever sucesos futuros, y en concreto el de la persecución religiosa, pues desde antes de instaurarse la República, aseguraba: “Veréis correr la sangre de los sacerdotes por las calles de España”. Antes de estallar la guerra, había enviado a sus pueblos a la mayoría de los niños, y al resto los evacuó al comenzar el bombardeo del Alcázar: “nos reunió en la capilla y exhortándonos a defender a Cristo pase lo que pase, nos dio la bendición con el Santísimo Sacramento, recogió las Sagradas Formas en el porta-viáticos y al despedirse de la imagen de la Purísima Concepción, que tantos años había presidido y vigilado el colegio, me pidió que nos reconciliásemos mutuamente antes de partir. Era la primera vez que ejercía ministerio sacerdotal, administrando el sacramento de la Penitencia, y al ver a mis pies a aquel santo y decirme: Será el primero que confiesas y quizá el último que me confiese, vacilé en tal extremo, que tuvo que decirme: Hijo, te olvidas de imponerme la penitencia”. Por las calles, muchos se extrañaban de que el padre Joaquín vistiera sotana, “y él les decía: No me privéis de vestir de sacerdote. Mire usted, le decíamos, que es un peligro para todos ir así. Mas él contestó: Si Dios nos tiene escogidos, cúmplase su voluntad”.

Tras pasar dos días en casa del sacerdote Serapio García Toledano, exalumno y subdirector del colegio, “nos trasladamos a la calle de las Tornerías, al comercio de ultramarinos de D. Enrique Pozas, quien nos recibió con todo cariño e incluso, exponiéndose al peligro de ser detenido por tenernos allí, nos dio toda clase de comodidades (en lo que era posible en esas circunstancias), y allí estuvimos con otras personas que había refugiadas”. El 27 de julio, como el sacerdote parecía enfermar ante las noticias de sacerdotes que habían sido fusilados, “el Sr. Pozas se decidió a presentarse ante el Alcalde rojo de la ciudad para exponerle el caso. Este prometió que ya había pensado en el P. Joaquín, y que creía y aseguraba que nadie en Toledo le haría nada. Es más, se ofreció a ir a recogerle y llevarle al Ayuntamiento para mayor seguridad de su persona”. Pero un miliciano apodado Cascales, que vivía enfrente, vio al sacerdote y denunció su presencia. Llegó un momento en que de la Madrid “nos dijo a un seminarista de Teología y a mí: Marchaos, vosotros que sois jóvenes, por si os podéis salvar, que dentro de poco vendrán a prenderme”. Así lo hicimos; mas como ovejas sin pastor, ¿dónde dirigirnos? Fuimos cobardes, la verdad, al no quedarnos con él y haber seguido la misma suerte”.

El resto del relato procede de “Sor Mercedes, Hermana de la Caridad, que a la sazón estaba con ellos, pues era sobrina de D. Serapio, martirizado el mismo día que el Padre Joaquín. A los pocos instantes de nuestra marcha, estaba el P. Joaquín en oración cuando se presentaron unos desconocidos por mandato de Cascales, diciendo: Nos han dicho que hay aquí unos sacerdotes. El Padre se presentó a ellos y les dijo: Hijos, ¿qué mal os he hecho yo?. Un joven seminarista, que de ordinario cuidaba del P. Joaquín y que se había quedado con ellos, al oír estas cosas, comenzó a correr y al llegar a la Cuesta de los Pajaritos, le dieron el alto. Él en su aceleramiento, no quiso pararse y allí mismo cayó al suelo de un tiro que le dieron. El Padre Joaquín, a pesar de la distancia del lugar a la casa de Pozas, dijo: ¡A Estanislao le han matado!. Efectivamente, pocos momentos después pasaba por allí la comitiva que llevaba al P. Joaquín y después de darle la absolución, quiso pararse un momento ante él, pero no se lo consintieron.


El final, según este relato, pudo ser en la Plaza de los Postes o en el Tránsito “a pesar de que no podía andar”: “Aún llevaba algunas perrillas en el bolsillo y las distribuyó entre los asesinos, diciendo: Tomad, esta es la última limosna que os puedo hacer. Algunos de ellos, que eran de Toledo, las habían recibido otras veces y al ver este rasgo del Padre, dijeron: Nosotros no matamos a este hombre. A lo que contestaron otros milicianos de Madrid: Pues no sé que os habrá hecho este hombre. Pues si no le matáis vosotros, lo haremos nosotros”. Tras el fusilamiento, “algunas mujeres que estaban allí presentes y que sabían el prodigio de la sangre que se conservaba sin corromperse, se arrojaron al suelo a empapar los pañuelos en la que cayó en aquellos momentos, para guardarla como recuerdo. A los pocos momentos se presentaron unos agentes de la autoridad, por mandato del Sr. Alcalde a recoger al Padre Joaquín, pero ya era tarde: acababa de morir”. Del colegio salieron 54 sacerdotes, según el citado testimonio, y uno de ellos fue Narciso Esténaga, que sería obispo mártir de Ciudad Real. La mayoría de los huérfanos no procedía de la provincia de Toledo.