La fría mañana romana de este miércoles 4 de diciembre no ha desalentado a miles de fieles y peregrinos que han llegado hasta la Plaza de San Pedro para encontrarse y escuchar al Vicario de Cristo. La gran cantidad de personas – unas 70 mil- ha hecho que la audiencia semanal con el Papa Francisco se desarrolle una vez más “al aire libre” y no en el Aula Pablo VI, como habitualmente comienza a hacerse en estas épocas de invierno europeo.
Luego de recorrer en papamóvil descubierto los diversos sectores
de la Plaza deteniéndose a saludar, acariciar y bendecir a los
fieles, especialmente niños y personas enfermas, Francisco ha
vuelto a dedicar su catequesis a la “resurrección de la carne”,
que no es fácil de entender -ha dicho- si estamos inmersos en este
mundo. En el Evangelio, explicó el Santo Padre, encontramos la
aclaración: el que Jesús haya resucitado es la prueba de que la
resurrección de los muertos existe. “Cristo está siempre con
nosotros, viene cada día y vendrá al final. Entonces Él resucitará
también nuestro cuerpo en la gloria, no lo devolverá al mundo
terrenal. Viviendo de esta fe, seremos menos prisioneros de lo
efímero, de lo pasajero.”
El Papa nos ha invitado a dar testimonio alegre de “esa condición
de vida eterna hacia la que caminamos.”
(RC-RV)
Resumen de su catequesis y saludo del Papa
Queridos hermanos y hermanas
Hoy volvemos sobre la afirmación: «Creo en la resurrección de
la carne». Esto no es fácil de entender estando inmersos en este
mundo, pero el Evangelio nos lo aclara: el que Jesús haya
resucitado es la prueba de que la resurrección de los muertos
existe. Ya la fe en Dios, creador y liberador de todo el hombre –
alma y cuerpo- , abre el camino a la esperanza de la resurrección
de la carne. Esta esperanza se cumple en la persona de Jesús, que
es «la resurrección y la vida» (Jn 11,25); que nos ha tomado con
él en su vuelta al Padre en el Reino glorioso. La omnipotencia y
la fidelidad de Dios no se detienen a las puertas de la muerte.
Cristo está siempre con nosotros, viene cada día y vendrá al
final. Entonces él resucitará también nuestro cuerpo en la gloria,
no lo devolverá al mundo terrenal. Viviendo de esta fe, seremos
menos prisioneros de lo efímero, de lo pasajero. Esta
transfiguración de nuestro cuerpo se prepara ya en esta vida por
el encuentro con Cristo Resucitado, especialmente en la
Eucaristía, en la que nos alimentamos de su Cuerpo y de su Sangre.
En cierto modo, ya ahora resucitamos, participamos por el Bautismo
de una vida nueva, del misterio de Cristo muerto y resucitado.
Tenemos una semilla de resurrección, un destello de eternidad, que
hace siempre toda vida humana digna de respeto y de amor. Saludo
con afecto a los peregrinos de lengua española, venidos de España,
Argentina, Perú, Venezuela y otros países latinoamericanos. Que
todos demos testimonio alegre de esa condición de vida eterna
hacia la que caminamos.Texto completo de la catequesis del
Papa
CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE: LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
Y LA NUESTRAQueridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
quiero volver de nuevo hoy sobre la afirmación: “Creo en la
resurrección de la carne. “Se trata de una verdad que no es
simple, y menos aún obvia, porque, viviendo inmersos en este
mundo, no es fácil de entender las realidades del futuro. Pero el
Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está estrechamente
ligada a la resurrección de Jesús; el hecho de que Él resucitó es
la prueba de que existe la resurrección de los muertos. Quisiera
presentar algunos aspectos que conciernen a la relación entre la
resurrección de Cristo y nuestra resurrección. ¡Él ha resucitado!
Y porque Él ha resucitado, también nosotros resucitaremos.
En primer lugar, la propia Sagrada Escritura contiene un camino
hacia la plena fe en la resurrección de los muertos. Ésta se
expresa como la fe en Dios Creador de todo hombre – cuerpo y alma
– y como fe en Dios liberador, el Dios fiel a la alianza con su
pueblo. El profeta Ezequiel en una visión, contempla los sepulcros
de los deportados que se vuelven a abrir y los huesos secos que
vuelven a la vida gracias a la infusión de un espíritu
vivificante. Esta visión expresa la esperanza en la futura
“resurrección de Israel “, es decir, en el renacimiento del pueblo
derrotado y humillado (cf. Ez 37:1-14).Jesús en el Nuevo
Testamento, lleva a cumplimiento esta revelación, y vincula la fe
en la resurrección a su propia persona y dice: ” Yo soy la
resurrección y la vida” (Jn 11:25). De hecho, será el Señor Jesús
quien resucitará el último día a los que han creído en Él. Jesús
vino entre nosotros, se hizo hombre como nosotros en todo, menos
en el pecado; y de esta manera nos ha tomado con él en su camino
de regreso al Padre. Él, el Verbo encarnado, muerto por nosotros y
resucitado, da a sus discípulos el Espíritu Santo como garantía de
la plena comunión en su Reino glorioso, que esperamos vigilantes.
Esta espera es la fuente y la razón de nuestra esperanza: una
esperanza que, si se cultiva y se custodia, nuestra esperanza si
la cultivamos y la custodiamos, se convierten en luz para iluminar
nuestra historia personal y también la historia comunitaria.
Recordémoslo siempre: somos discípulos de Aquel que vino, que
viene todos los días y vendrá al final. Si somos capaces de tener
más presente esta realidad, estaremos menos fatigados ante lo
cotidiano, menos prisioneros de lo efímero y más dispuestos a
caminar con un corazón misericordioso por el camino de la
salvación.
Otro aspecto: ¿qué significa resucitar? La resurrección -¡la
resurrección de todos nosotros, eh!- tendrá lugar el último día,
en el fin del mundo, por la omnipotencia de Dios, que volverá a
dar la vida a nuestro cuerpo reuniéndolo con el alma, en virtud de
la resurrección de Jesús. Y ésta es la explicación fundamental,
porque Jesús ha Resucitado, nosotros resucitaremos. Nosotros
tenemos esperanza en la resurrección, porque Él nos ha abierto la
puerta: nos ha abierto la puerta a esta resurrección. Y esta
transformación en espera, en camino de resurrección, esta
transfiguración de nuestro cuerpo viene preparada en esta vida por
la relación con Jesús, en los Sacramentos, especialmente en la
Eucaristía. Nosotros que en esta vida nos alimentamos de su Cuerpo
y de su Sangre resucitaremos como Él, con Él y por medio de Él.
Como Jesús ha resucitado con su cuerpo, pero no ha vuelto a la
vida terrenal, así también nosotros resurgiremos con nuestros
cuerpos que serán transformados en cuerpos gloriosos, cuerpos
espirituales. Pero esto no es una mentira, ¡eh! ¡Esto es cierto!
Nosotros creemos que Jesús ha Resucitado, que Jesús está vivo en
este momento. Pero, ¿ustedes creen que Jesús está vivo? ¿Qué vive?
Ah, no lo creen, ¿eh? (Responden: “¡Sí!”) ¿Lo creen o no lo creen?
(Responden: “¡Sí!”) Y si Jesús está vivo, ¿ustedes creen que Jesús
nos dejará morir y no nos hará resucitar? ¡No! Él nos espera. Y
porque ha resucitado, la fuerza de su resurrección nos resucitará
a todos nosotros!
Y ya en esta vida tenemos una participación en la Resurrección
de Cristo. Si bien es cierto que Jesús nos resucitará al final de
los tiempos, también es verdad que, en un cierto sentido, con Él
ya hemos resucitado. ¡La vida eterna comienza ya en este momento!
Comienza durante toda la vida, hacia aquel momento de la
resurrección final. Y ya que estamos resucitados! De hecho,
mediante el Bautismo, somos incorporados en la muerte y
resurrección de Cristo y participamos de la vida nueva, que es la
vida de Él. Por lo tanto, a la espera del último día, tenemos en
nosotros mismos una semilla de resurrección, como la anticipación
de la resurrección plena que recibiremos en herencia. Por esta
razón, también el cuerpo de cada uno de nosotros es resonancia de
eternidad, y por ello siempre debe ser respetado; y sobre todo se
debe respetar y amar la vida de los que sufren, para que sientan
la cercanía del Reino de Dios, aquella condición de vida eterna
hacia la que caminamos ¡Y este pensamiento nos da esperanza!
Estamos en camino hacia la Resurrección. Y esta es nuestra
alegría: un día encontrar a Jesús, encontrarnos con Jesús todos
juntos, todos juntos – no aquí en la plaza, en otra parte – pero
felices con Jesús. ¡Y este es nuestro destino!
(Traducción Eduardo Rubió)