28.12.11

La respuesta del P. Gleize (FSSPX) a Mons. Ocáriz (Santa Sede)

A las 4:22 PM, por José María Iraburu
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Recientemente Mons. Fernando Ocáriz, miembro de la comisión de la Santa Sede para las conversaciones con representantes de la Fraternidad SacerdotalSan Pío X (X-2009/IV-2011), publicó un importante artículo sobre La adhesión al concilio Vaticano II en «L’Osservatore Romano» (2-XII-2011), que fue reproducido en InfoCatólica

Unas semanas después el sacerdote Jean-Michel Gleize, miembro de la FSSPX, profesor de eclesiología en el Seminario de Ecône, y también participante en las conversaciones aludidas, ha publicado una amplia respuesta al escrito de Mons. Ocáriz en «Courrier de Rome» (nº 350, décembre 2011), Una cuestione cruciale: il valore magisteriale del Concilio Vaticano II.

Tanto el texto completo en italiano, como el mismo texto muy abreviado en francés, han sido publicados en medios de comunicación de la FSSPX. Lo que hace pensar que representa una posición de la FSSPX, o al menos de una parte importante de la misma, ante el Preámbulo ofrecido a los lefebvrianos porla Santa Sede, en vistas a una vuelta dela Fraternidad a la unidad dela Iglesia.

El estudio del profesor Gleize expone con claridad y amplitud la posición de la FSSPX frente al Concilio Vaticano II. En los párrafos siguientes haré un resumen de sus tesis principales, ateniéndome al texto italiano. Será un resumen verdadero, pero necesariamente insuficiente. Por eso recomiendo leer el texto completo en la versión italiana, con sus 64 notas a pie de página.

1.–Las nociones recordadas por Mons. Ocáriz sobre los distintos grados de autoridad del Magisterio apostólico, en sus diversas manifestaciones, y de sus correspondientes grados de recepción en los fieles, son exactas, pero no son aplicables al Vaticano II. «Se quiera o no, está lejos de ser evidente que el último Concilio pueda imponerse, en todo y por todo, a la consideración de los católicos como el ejercicio de un verdadero magisterio, tal que exigiera su adhesión en los diversos grados indicados. De hecho, nosotros lo negamos».

2.–El Vaticano II ha creado un nuevo «Magisterio pastoral», que emplea los modos de pensar y hablar del mundo moderno, y que por tanto no requiere los mismos tipos de adhesión que el anterior «Magisterio apostólico». Tanto los discursos del papa Juan XXIII (11-X y 23-XII-1962), como el discurso de Benedicto XVI (22-XII-2005), muestran que el Concilio –dice Gleize– «ha querido expresar la fe dela Iglesia según modos de investigación y de formulación literaria del pensamiento moderno». Es ésta una «intención expresa de Juan XXIII».

«Como prueba complementaria podríamos tomar aquello que escribió el Card. Ratzinger en su libro Los principios de la teología católica (1982). En el epílogo, titulado La Iglesia y el mundo: a propósito de la cuestión de la recepción del Vaticano II», el entonces Prefecto de la Congregación de la Fe afirma que, concretamente la constitución Gaudium et spes «se aleja en gran medida de la línea de la historia de los concilios, y por eso mismo permite, más que todos los otros textos, captar la especial fisonomía del concilio». Es un documento que pretende la colaboración de la Iglesia y del mundo: «la Iglesia coopera con “el mundo” para construir “el mundo”»… «El texto de la Gaudium et spes viene a ser un contra-Sylabus en la medida en que representa un intento para una reconciliación oficial dela Iglesia con el mundo, así como había sucedido en 1789».

«La especificidad que hace del Vaticano II un caso absolutamente único es la de haber querido proponer la fe a la luz y según el modo de pensar moderno». No se le pueden, por tanto, aplicar los diversos grados de aceptación de los fieles a los que alude acertadamente Mons. Ocáriz, pues «el Vaticano II ha querido expresar la fe según los principios y métodos de un sistema filosófico contrario a la fe». En ese sentido, añade el profesor Gleize, conviene recordar (y lo hace en la nota 37) las palabras de Mons. Lefebvre: «Sin rechazar en bloque este Concilio, pienso que se trata del mayor desastre de este siglo, y de todos los siglos pasados, desde la fundación de la Iglesia» (Ils L’ont découronné, libro de 1986).

3.–El Concilio, en la transmisión de la fe, pasa de la «continuidad del objeto», la doctrina verdadera, a la «continuidad del sujeto» docente, la Iglesia. «La filosofía moderna ha subvertido la relación entre el sujeto y el objeto, y por eso mismo la relación entre el hombre y Dios. Asumiendo los modos de investigación de la modernidad, el pensamiento conciliar ha hecho suyo este capovolgimento… Una inversión semejante es absolutamente contraria al principio criteriológico supuesto en la revelación, en la tradición y el magisterio, esto es, el principio de la objetividad más realista. Un presupuesto subjetivista no puede servir de base a una interpretación que pretende clarificar el sentido y el valor de un magisterio cuyos presupuestos objetivos vienen a ser radicalmente invertidos».

4.–«Al menos en cuatro temas, las enseñanzas del concilio Vaticano II están en evidente contradicción lógica con los enunciados del precedente magisterio tradicional»: la doctrina sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanæ), sobre la Iglesia (Lumen gentium), sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) y sobre la colegialidad (ib. 22). Además de esto, «la reforma litúrgica de1969 ha producido la confección de un Novus Ordo Missæ que “representa, tanto en su conjunto como en sus particulares, un impresionante alejamiento de la teología católica dela Santa Misa, tal como fue formulada enla Sesión XXII del Concilio de Trento”» (card. Ottaviani, nota 36). Sila Misa de San Pío V, dice Gleize, era la afirmación «de la fe católica negada por la herejía protestante», el Misal de Pablo VI «oculta los aspectos de la fe católica negados precisamente por las herejías protestantes».

«Sobre esos cuatro puntos indicados, lo mismo que en la reforma litúrgica que les siguió, el Concilio Vaticano II presenta a los ojos del católico unas contradicciones evidentemente inaceptables… Infectado de los principios del liberalismo y del modernismo, esta enseñanza presenta graves deficiencias. Éstas impiden ciertamente mirar al Vaticano II como un concilio más como los otros, que representa la expresión autorizada dela Tradiciónobjetiva. Y así impide también que puede decirse que el último Concilio se inscribe en la unidad del magisterio de siempre». Añade en Nota (37):

«La crisis dela Iglesiano es principalmente y ante todo la crisis dela Misa, es la crisis del Concilio. Las dos cosas están vinculadas, pero es necesario prestar atención al orden que las vincula, entendiendo bien dónde está la fuente principal del mal. La nueva Misa (exactamente como el nuevo Código de Derecho Canónico) envenena a la gente más eficazmente que el Concilio. Se puede decir que ella es como el embudo por el cual se vierte en la botella [del pueblo católico] el veneno del Concilio. Pero eso no quita que la fuente del veneno es el Concilio mismo».

5.–La hermenéutica de «continuidad» propugnada por Benedicto XVI para la recepción del Vaticano II es imposible, porque es falsa. ya que no se refiere al objeto, al depositum fidei, sino al sujeto eclesial. «Es necesario rendirse a la evidencia y reconocer que el término “continuidad” no tiene en absoluto este significado tradicional en el discurso actual de los hombres de Iglesia. Se habla precisamente de continuidad a propósito de un sujeto que evoluciona en el curso del tiempo. No se trata de la continuidad en el objeto, la del dogma y la doctrina, que el Magisterio dela Iglesia expondría hoy, dándole el mismo sentido de siempre. Se trata de la continuidad del único sujeto,la Iglesia».

«Este nuevo discurso implica una idea nueva de la unidad del magisterio. La continuidad de la que se trata es una unidad en el tiempo, esto es, a través de los cambios que se dan en el tiempo, y es ante todo la unidad del sujeto, no la del objeto. Este sujeto esla Iglesia, único Pueblo de Dios… Este sujeto es el punto de referencia que asegura la unidad dela Tradición».

6.–La nueva idea de «continuidad» en el Magisterio de la Iglesia lleva inevitablemente al relativismo. «En esta nueva óptica ya no se dice que la función del magisterio es conservar y transmitir en el nombre de Dios el depósito de las verdades reveladas por Cristo y los Apóstoles. Se dice que la función consiste en asegurar la cohesión de la experiencia comunitaria de los orígenes, de tal modo que la comunión de hoy continúe la comunión de ayer. El magisterio está por tanto al servicio del sujeto Iglesia y su misión consiste en explicitar en fórmulas autorizadas las intuiciones preconceptuales del sensus fidei»… «Esto implica que una proposición del magisterio sería infalible solamente en la medida en que fuera aceptada (incluso previamente) por el Pueblo, lo que contradice formalmente la definición enunciada infaliblemente por el Concilio Vaticano I».

«Por otra parte, el futuro Benedicto XVI ha justificado él mismo esta concepción relativista» (en la presentación de la instrucción Donum veritatis, en «L’Osservatore Romano» ed. francesa, 10-VII-1990). Antes aún hizo lo mismo en la obra Théologie et histoire. Notes sur le dynamismo historique de la foi (1972). Y también, siendo ya Papa, lo ha hecho: «este relativismo se encuentra en el discurso del 22 diciembre 2005».

Según Mons. Ocáriz, sigue argumentando Gleize, «la justa exégesis de los textos del Concilio presupondría el principio de no contradicción. Errónea apariencia, pues la no contradicción no tiene ya el mismo significado que antes»… «La hermenéutica de Benedicto XVI entiende este principio en un sentido no ya objetivo, sino subjetivo, no intelectual, sino voluntarista. La ausencia de contradicción es sinónimo de continuidad a nivel de sujeto, mientras la contradicción es sinónimo de ruptura en ese mismo nivel. El principio de continuidad no exige en primer lugar y ante todo la unidad de la verdad, sino la unidad del sujeto que se desarrolla y crece en el curso del tiempo».

7.–El Concilio Vaticano II es, pues, inaceptable, al menos en los cuatro temas señalados. «Nosotros objetamos que este Concilio ha querido satisfacer la necesidad de un sedicente magisterio pastoral, cuya intención nueva es claramente extraña a la finalidad del magisterio divinamente instituido, y que ha contradicho al menos sobre los cuatro puntos señalados los datos objetivos del magisterio constante, claramente definido. Se muestra, pues, con claridad que este magisterio se vio afectado de una grave deficiencia, en su propio acto. Y el Doctor angélico dice que “cuando un artista hace obras defectuosas, nos son ya obras de arte, sino obras contrarias al arte”. Salvando las proporciones, cuando un Concilio produce enseñanzas defectuosas, no se trata de obras del magisterio, sino más bien (o peor) contra el magisterio, esto es, contrala Tradición».

* * *

Hasta aquí un resumen del escrito del profesor Jean-Michel Gleize (unas 16 páginas A4 en letra chica). Son muchos los estudios católicos que desde hace decenios vienen rechazando con profusión de datos y argumentos estas conocidas tesis lefebvrianas, que aquí he reducido a siete. Yo mismo en este blog he dedicado a su impugnación varios artículos, Filo-lefebvrianos I-VII (126-132).

Los diagnósticos de Gleize, y quizá de una parte importante de la Fraternidad, sobre la Iglesia actual vienen a ser los mismos de Mons. Lefebvre hace cuarenta años, por los años setenta: son los discernimientos que justificaron la ordenación gravemente ilícita de cuatro Obispos. Gleize no llega a decir, como el Fundador dela FSSPX, que «Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía»; «la cátedra de Pedro y los puestos de autoridad en Roma están ocupados por anticristos», etc. Pero en un lenguaje más medido viene a afirmar lo mismo. Los católicos creemos que son acusaciones gravísimamente falsas. Aquí añadiré solamente unos comentarios.

El artículo del profesor Gleize, participante de las recientes conversaciones de la FSSPX con la Santa Sede, acusa gravemente al Vaticano II y a Benedicto XVI y sus antecesores. Lo hace apoyando sus acusaciones en fundamentos débiles y engañosos. Alega ciertas frases de «discursos» pontificios en favor de sus tesis, y oculta «encíclicas» y otros importantes documentos en los que los Papas conciliares y postconciliares enseñan de modo amplio e inequívoco la doctrina católica. Aduce textos del joven teólogo Ratzinger como realmente expresivos del pensamiento de Benedicto XVI, y como si fueran las claves que dan el sentido indudable de los textos del Vaticano II. Ignora el Informe sobre la fe escrito por el Card. Ratzinger, siendo Prefecto de la doctrina de la fe (1984).

Gleize, por ejemplo, apoyándose en algunos textos de Ratzinger-Benedicto XVI, en los que aparecen formulaciones que, mal entendidas, pueden quedar abiertas al relativismo, llega a decir, como hemos visto, que «ha justificado él mismo esta concepción relativista» del Magisterio. Se atreve a acusar de relativismo al autor o co-autor de textos de enorme fuerza doctrinal anti-relativista, como Veritatis splendor (1993), Catecismo de la Iglesia (1992), Dominus Iesus (2000), discurso en la iniciación del Cónclave en el que sería elegido Papa (2005): «se va estableciendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última al propio yo y sus apetencias». Acusaciones tan falsas y mal fundadas como éstas del profesor Gleize vienen a descalificar su estudio en su conjunto.

Otro ejemplo, éste a propósito de la hermenéutica de la continuidad, tal como la propone Benedicto XVI. Dice Gleize que «no se trata de la continuidad en el objeto, la del dogma y la doctrina, que el Magisterio de la Iglesia expondría hoy, dándole el mismo sentido de siempre. Se trata de la continuidad del único sujeto, la Iglesia». Si aplicamos esa tesis a la elaboración del Catecismo de la Iglesia Católica, uno de cuyos autores principales es Ratzinger, parece la frase una broma de mal gusto.

Por la vía del debate doctrinal parece, pues, que es muy difícil lograr la unión de la FSSPX con la Iglesia católica. No merece la pena que nos tomemos el gran trabajo de contraponer una por una a las tesis del documento del profesor Gleize otras enseñanzas netamente católicas del propio Concilio o de los Papas recientes. Ese trabajo está ya hecho durante decenios por numerosos autores católicos. Y por otro lado, si lo hiciéramos, nos responderían quizá que el pensamiento verdadero de los Papas postconciliares no es el doctrinalmente correcto que publican, como si solo lo emplearan para «cubrir el expediente», sino que es en realidad el supuestamente incompatible con la doctrina dela Iglesia.

Pretenden convencernos de que el Vaticano II, aunque discutido, elaborado, aprobado y firmado por 2.400 Obispos católicos, entre ellos Mons. Lefebvre, es un Concilio infestado de liberalismo, modernismo y relativismo: es «un veneno» que no puede ser convertido en algo inocuo. Para salvar su ortodoxia no basta, ni de lejos, el esfuerzo de una hermenéutica de continuidad falsificada, pues esa continuidad no se refiere al objeto de la verdad, sino al sujeto dela Iglesia. Para hacer aceptable el Vaticano II sería preciso contra-decir al Concilio, decir lo contrario de lo que dijo, al menos en algunos graves temas. Y nosotros, obstinados en el error, según ellos, no estamos dispuestos a dar ese paso.

Decir algo así es equivalente, de hecho, a rechazar de frente el Magisterio pontificio y el de todos los Obispos presentes en el Concilio Vaticano II. El «Magisterio pastoral», en cuanto contrapuesto al «Magisterio doctrinal», no es una idea nueva inventada por el Concilio, sino que está inventada por la FSSPX, partiendo de la predominante intención pastoral del Concilio, declarada ciertamente por los Papas. Los fieles católicos recibimos el sagrado Concilio Vaticano II, XXI ecuménico, con la misma veneración, y con los mismos grados de aceptación según los grados magisteriales de los distintos documentos, como lo hacemos con los XX Concilios anteriores.

Lo que sí es posible y necesario es que las Autoridades apostólicas combatan hoy con una fuerza mucho mayor y más eficiente las innumerables herejías y sacrilegios que persisten impunes con demasiada frecuencia en la Iglesia. En InfoCatólica, como en otros medios católicos, y concretamente en este modesto blog mío, se han denunciado muchas veces (Índice 39-55 et passim). Pero es evidente que han sido los Papas, ya desde Pablo VI, los más lúcidos y valientes impugnadores de esos terribles errores y abusos: «Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral» (Juan Pablo II, 6-II-1981). (Filo-lefebvrianos -IV :129p class="Normal11-11-5″>Se han propalado y se siguen propalando. Reforma o apostasía. Mientras no se supere de modo suficiente en la Iglesia, especialmente en las Iglesias descristianizadas de Occidente, tantos errores y abusos doctrinales, morales y litúrgicos, a veces crónicos y estables, parece casi imposible la vuelta de los lefebvrianos a la unidad de la Iglesia Católica. Reforma o cisma. Pero nunca el cisma se verá justificado por las infidelidades, por grandes que sean, que puedan darse enla Iglesia, Única, Santa, Católica, Apostólica y Romana.

Y la oración es aún más posible y necesaria: pedir a Dios que asista a la FSSPX para que, aceptando «sin reservas» la autoridad del Papa y del Concilio, vuelva a la unidad de la Iglesia. Pedir al mismo tiempo al Señor que la Iglesia quite de sí misma los obstáculos que dificultan ese regreso. La oración es la fuerza más poderosa, o mejor, la única para obtener de Dios los milagros. «No tenéis porque no pedís» (Sant 4,2).

José María Iraburu, sacerdote

Post post.-Algunos consideran ofensivo el término lefebvriano o lefebvrista, y sus filos correspondientes. En realidad el término no es abusivo. Los de Valencia son valencianos, los seguidores de Lutero son luteranos, los discípulos de San Francisco de Asís son franciscanos, los que seguimos de cerca la doctrina de Santo Tomás bien podemos ser llamados tomistas, etc. Nada hay de peyorativo en el término mismo. Quienes alejándose de la obediencia al Papa y de la obediencia a los Obispos católicos, instalan sus comunidades en las Diócesis católicas, ejercitando en ellas ilícitamente los ministerios sacerdotales, ateniéndose a los discernimientos, enseñanzas y ejemplos del Fundador de su instituto, Mons. Lefebvre, con toda razón pueden ser llamados lefebvrianos o lefebvristas.