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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 8 de diciembre de 2010

Santa Sede

Benedicto XVI: “María nos mira con los ojos del Padre”

La esperanza, según Benedicto XVI: la Gracia es más grande que el pecado

En el día de la Inmaculada, el Papa saluda Movimiento de Schoenstatt

Angelus

Benedicto XVI: La Inmaculada, motivo de consuelo

Documentación

Discurso del Papa en el acto de veneración a la Inmaculada


Santa Sede


Benedicto XVI: “María nos mira con los ojos del Padre”
Hoy durante el acto de veneración a la Inmaculada en la Plaza de España
ROMA, miércoles 8 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- “La Madre nos mira como Dios la miró a ella, humilde muchacha de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo pero elegida y preciosa para Dios”. Así lo afirmó hoy el Papa Benedicto XVI, en su discurso pronunciado en la Plaza de España en Roma, durante el tradicional acto de veneración de la Inmaculada.

En esta cita anual muy querida a los romanos, pues la estatua de la Inmaculada se encuentra en pleno corazón de la ciudad, el Papa quiso incidir en el “mensaje” de la Virgen a todos los hombres; un mensaje, subrayó, “de confianza”.

La colonna dell'Immacolata se inauguró en 1857, poco después de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, y se colocó cerca de la Embajada de España, por ser éste uno de los países que más contribuyó a su definición.

Aludiendo al “gran amor y devoción del pueblo romano” por la Virgen María, el Papa insistió sin embargo en que “especialmente en esta celebración del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos”.

Ella ofrece “un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y al mundo entero. También yo, que soy el Obispo de esta Ciudad, vengo para ponerme a la escucha, no solo por mí, sino por todos”, afirmó el Pontífice.

“Ella nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su “mensaje” no es otro que Jesús, Él que es toda su vida”, añadió.

María “nos dice que todos somos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar, en nuestro destino final, a ser inmaculados, plena y definitivamente libres del mal”.

“Cuando vengo aquí, a esta Fiesta, me impresiona, porque lo siento dirigido a toda la Ciudad, a todos los hombres y mujeres que viven en Roma: también a quien no piensa en ello, a quien hoy no se acuerda siquiera que es la Fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado”, confesó el Papa.

La mirada de María, afirmó Benedicto XVI, “es la mirada de Dios sobre cada uno. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice”.

“Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios”.

María mira la ciudad “no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer de su luz”.

“La Madre nos mira como Dios la miró a ella, humilde muchacha de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo pero elegida y preciosa para Dios”.

“¿Quién más que ella conoce el poder de la Gracia divina? ¿Quién mejor que ella sabe que nada es imposible para Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?”.

El Papa puso ante los presentes estas palabras en boca de la Virgen: “No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, se ha convertido en Jesús, Dios-Hombre, en todo igual que tú pero sin pecado; se dio a sí mismo por ti, hasta morir en la cruz, y así te dio una vida nueva, libre, santa e inmaculada"


 

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La esperanza, según Benedicto XVI: la Gracia es más grande que el pecado
La lección de la solemnidad de la Inmaculada Concepción
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 8 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- La esperanza del creyente se fundamenta en la convicción de que la Gracia de Dios es mas grande que el pecado, aseguró Benedicto XVI este miércoles, al sacar la lección central que presenta la solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Por este motivo, aseguró a mediodía a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro para rezar la oración mariana del Ángelus, "el misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de esperanza y de consuelo".

La misericordia es más potente que el mal

Horas antes de dejar el Vaticano para rendir homenaje ante la imagen de la Inmaculada que se encuentra en la plaza de España, en el centro de Roma, el obispo de Roma reconoció que "en medio de las pruebas de la vida, y especialmente de las contradicciones que experimenta el hombre en su interior y a su alrededor, María, Madre de Cristo, nos dice que la Gracia es más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más potente que el mal y sabe transformarlo en bien".

"Por desgracia --subrayó--, cada día, nosotros experimentamos el mal, que se manifiesta de muchas maneras en las relaciones y en los acontecimientos, pero que tiene su raíz en el corazón del hombre, un corazón herido, enfermo, incapaz de curarse por sí solo".

El pontífice explicó que la Sagrada Escritura nos revela que en el origen de todo mal "se encuentra la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte ha dominado porque la libertad humana ha cedido a la tentación del Maligno".

El dogma de la Inmaculada

Explicó el misterio de la Inmaculada Concepción, diferente al de su virginal maternidad, recordando que "Dios no desfallece en su designio de amor y de vida: a través de un largo y paciente camino de reconciliación, ha preparado la alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de su Hijo, que para ofrecerse a sí mismo en expiación 'nació de mujer'".

"Esta mujer, la Virgen María, se benefició de manera anticipada de la muerte redentora de su Hijo y desde la concepción quedó preservada del contagio de la culpa. Por este motivo, con su corazón inmaculado, nos dice: confiad en Jesús, Él os salva", aclara para explicar este dogma.

El dogma de la Inmaculada, si bien se fundamenta en doctrina de origen apostólico, fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula "Ineffabilis Deus".



 

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En el día de la Inmaculada, el Papa saluda Movimiento de Schoenstatt
Realidad eclesial mariana surgida en Alemania
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 8 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- En el día de la Inmaculada Concepción, Benedicto XVI saludó de manera particular a los miembros del Movimiento de Schoenstatt, realidad eclesial mariana surgida en Alemania.

Al concluir la oración mariana del Ángelus, junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano a mediodía, el pontífice saludó en alemán a los fieles presentes y les invitó a "decir sí a la voluntad de Dios y a avanzar en el camino de la santidad".

Schoenstatt, conocido por algunos como el decano de los nuevos movimientos surgidos en la Iglesia católica durante el siglo XX, se originó con la Alianza de Amor con la Santísima Virgen, que el Padre Josef Kentenich (1885-1968) sellara por primera vez el 18 de octubre de 1914.

Atendiendo pastoralmente a estudiantes, precisamente en Schoenstatt, localidad situada cerca de Coblenza (Alemania), el padre Kentenich rápidamente se dio cuenta de la necesidad de conjugar la verdad de la fe con las exigencias de los tiempos y la necesidad, para los jóvenes que se le habían confiado, de un nuevo tipo de educación que naciera de lo íntimo de la persona haciéndola libre y capaz de opciones responsables.

En el mundo existen hoy unos 200 centros del Movimiento de Schoenstatt, cuyo punto principal es el Santuario, réplica del pequeño santuario original que se encuentra en el valle de Schoenstatt,  donde el padre Kentenich, junto a estudiantes, había sellado la Alianza de amor, con María y con Dios uno y trino.

En ese Santuario los estudiantes confiaron la propia vida a Nuestra Señora pidiéndole que hiciera de la Capilla un hogar en el que obtener la gracia de la acogida, la gracia de la transformación interior, la gracia del envío y de la fecundidad apostólica.

Esta experiencia llegaría a ser el núcleo de la espiritualidad del Movimiento y la Capilla la meta de peregrinaciones marianas para millones de personas procedentes de todo el mundo. La Obra, aprobada por la autoridad eclesiástica en 1964, hoy está formada por 20 ramas que con formas distintas de compromiso reúnen en todos los continentes a hombres, mujeres, familias, jóvenes, sacerdotes, laicos consagrados. 

Más información en http://www.schoenstatt.de 



 



 

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Angelus


Benedicto XVI: La Inmaculada, motivo de consuelo
Intervención con motivo del Ángelus
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 8 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este miércoles, solemnidad de la Inmaculada Concepción, al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.



 

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nuestra cita con motivo de la oración del Ángelus adquiere una luz especial, en el contexto de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. En la Liturgia de esta fiesta, se proclama el Evangelio de la Anunciación (Lucas 1, 26-38), que presenta precisamente el diálogo entre el ángel Gabriel y la Virgen. "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo", dice el mensajero de Dios, y de este modo revela la identidad más profunda de María, el "nombre" por así decir con el que el mismo Dios la conoce: "llena de gracia". Esta expresión, que nos resulta tan familiar desde la infancia, pues la pronunciamos cada vez que rezamos el Avemaría, nos explica el misterio que hoy celebramos. De hecho, María, desde el momento en que fue concebida por sus padres, fue objeto de una predilección singular por parte de Dios, quien en su designio eterno la escogió para ser la madre de su Hijo hecho hombre y, por tanto, preservada del pecado original. Por este motivo, el ángel se dirige a ella con este nombre, que implícitamente significa: "llena desde siempre del amor de Dios", de su gracia.

El misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de esperanza y de consuelo. En medio de las pruebas de la vida, y especialmente de las contradicciones que experimenta el hombre en su interior y a su alrededor, María, Madre de Cristo, nos dice que la Gracia es más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más potente que el mal y sabe transformarlo en bien. Por desgracia, cada día, nosotros experimentamos el mal, que se manifiesta de muchas maneras en las relaciones y en los acontecimientos, pero que tiene su raíz en el corazón del hombre, un corazón herido, enfermo, incapaz de curarse por sí solo. La Sagrada Escritura nos revela que en el origen de todo mal se encuentra la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte ha dominado porque la libertad humana ha cedido a la tentación del Maligno. Pero Dios no desfallece en su designio de amor y de vida: a través de un largo y paciente camino de reconciliación, ha preparado la alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de su Hijo, que para ofrecerse a sí mismo en expiación "nació de mujer" (Gálatas 4, 4). Esta mujer, la Virgen María, se benefició de manera anticipada de la muerte redentora de su Hijo y desde la concepción quedó preservada del contagio de la culpa. Por este motivo, con su corazón inmaculado, nos dice: confiad en Jesús, Él os salva.

Queridos amigos: hoy por la tarde renovaré el tradicional homenaje a la Virgen Inmaculada, ante el monumento a ella dedicado, en la plaza de España. Con este acto de devoción me hago intérprete del amor de los fieles de Roma y de todo el mundo a la Madre que Cristo nos ha dado. Encomiendo a su intercesión las necesidades más urgentes de la Iglesia y del mundo. Que ella nos ayude sobre todo a tener fe en Dios, a creer en su Palabra, a rechazar siempre el mal y a escoger el bien.



 

[Después de rezar el Ángelus, el Papa añadió:]

En la fiesta de hoy, tengo la alegría de saludar a la Academia Pontificia de la Inmaculada. Queridos amigos, invoco sobre cada uno de vosotros la protección maternal de la Virgen María y encomiendo a su intercesión vuestra actividad. Os doy las gracias por vuestro generoso trabajo.

Dirijo un saludo especial también a la Acción Católica Italiana, que hoy, en muchas parroquias renueva su compromiso en la Iglesia. Recordando la gran fiesta vivida junto a los muchachos y jóvenes, aquí, en la Plaza de San Pedro, a finales de octubre, manifiesto a todos los socios mi afecto y mi cercanía. Les aliento a caminar por el camino de la santidad, llevando la luz del Evangelio a los espacios de la vida cotidiana.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]



 

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los profesores y alumnos del Colegio Claret, de Madrid. En este día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, nos dirigimos a la madre del Señor para que ilumine con su luz este tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador, que es el Adviento. Para que, meditando con docilidad la palabra de Dios, sepamos acoger a Cristo en nuestra vida y llevarlo a los demás, con el testimonio de nuestra fe y caridad. Feliz fiesta de la Inmaculada.



 

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Libreria Editrice Vaticana]

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Documentación


Discurso del Papa en el acto de veneración a la Inmaculada
Hoy en la Plaza de España en Roma
ROMA, miércoles 8 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI este miércoles por la tarde, durante el tradicional acto de veneración de la Inmaculada en la Plaza de España en Roma.

 


* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

También este año nos hemos dado cita aquí, en la Plaza de España, para rendir homenaje a la Virgen Inmaculada, con ocasión de su fiesta solemne. A todos vosotros, que habéis venido en gran número, como también a cuantos participan mediante la radio y la televisión, dirijo mi saludo cordial. Estamos aquí reunidos en torno a este histórico monumento, que hoy está todo rodeado de flores, signo del amor y de la devoción del pueblo romano por la Madre de Jesús. Y el don más bello, y que a ella más agrada, que nosotros ofrecemos es nuestra oración, la que llevamos en el corazón y que confiamos a su intercesión. Son invocaciones de acción de gracias y de súplica: agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien que cotidianamente recibimos de Dios; y súplica por las diversas necesidades, por la familia, la salud, el trabajo, por todas las dificultades que la vida nos hace encontrar.

Pero cuando venimos aquí, especialmente en esta celebración del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos. Ella, de hecho, nos da un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y al mundo entero. También yo, que soy el Obispo de esta Ciudad, vengo para ponerme a la escucha, no solo por mí, sino por todos. ¿Y qué nos dice María? Ella nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su “mensaje” no es otro que Jesús, Él que es toda su vida. Y gracias a Él y por Él que es la Inmaculada. Y como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, así también ella, la Madre, fue preservado del pecado por nosotros, por todos, como anticipo de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que todos somos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar, en nuestro destino final, a ser inmaculados, plena y definitivamente libres del mal. Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión, que evoca palabras como estas: “No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, se ha convertido en Jesús, Dios-Hombre, en todo igual que tú pero sin pecado; se dio a sí mismo por ti, hasta morir en la cruz, y así te dio una vida nueva, libre, santa e inmaculada" (cfr Ef 1,3-5).

Este mensaje nos da María, y cuando vengo aquí, a esta Fiesta, me impresiona, porque lo siento dirigido a toda la Ciudad, a todos los hombres y mujeres que viven en Roma: también a quien no piensa en ello, a quien hoy no se acuerda siquiera que es la Fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado. La mirada de María es la mirada de Dios sobre cada uno. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice. Se comporta como nuestra “abogada” - y así la invocamos en la Salve, Regina: "Advocata nostra". Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Así ve ella la Ciudad: no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer de su luz. Y quienes a los ojos del mundo son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, humilde muchacha de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, ¡aunque nosotros seamos tan diferentes! ¿Pero quién más que ella conoce el poder de la Gracia divina? ¿Quién mejor que ella sabe que nada es imposible para Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?

Este es, queridos hermanos y hermanas, el mensaje que recibimos aquí, a los pies de María Inmaculada. Es un mensaje de confianza para cada persona de esta Ciudad y del mundo entero. Un mensaje de esperanza no hecho de palabras, sino de su misma historia: ¡ella, una mujer de nuestra estirpe, que dio a luz al Hijo de Dios y compartió toda su propia existencia con Él! Y hoy nos dice: este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro Hermano Jesucristo, ser hijos amados, adoptados todos para formar una gran familia, sin límites de nacionalidad, de color, de lengua, porque uno solo es Dios, Padre de cada hombre.

¡Gracias, oh Madre Inmaculada, por estar siempre con nosotros! Vela siempre sobre nuestra Ciudad: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y de elegir el bien, aun cuando cuesta y comporta ir contracorriente. Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por Él, predestinados a ser sus hijos.

¡Virgen Inmaculada, dulcísima Madre nuestra, ruega por nosotros!

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana]



 



 

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